Raquetas y barro

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Nadie dijo que fuera fácil. Pero la verdad es que te lo venden como un camino de rosas sobre baldosas amarillas, por el que se va cantando mientras una dulce melodía sigue tu recorrido hasta llegar a tu objetivo.

Pero no es fácil. Para nada.

Puede resultar más o menos llevadero según las circunstancias personales y familiares que tengas. Pero sigue siendo igual de duro y, en muchas ocasiones, se vuelve cuesta arriba y desearías retroceder y piensas: ¿quién me mandaría a mí?

También es cierto que tomas tú la decisión de seguir adelante o de buscarlo, sin más.

Pero llevan años presentándotelo como algo tan bucólico, romántico, maravilloso, espléndido, prácticamente indoloro que te lo crees porque te lo han repetido hasta la saciedad y lo has visto “anunciado” en un montón de sitios.

Y el supuesto reloj biológico (o no), llama a la puerta y piensas que es ahora o nunca, que es el momento de dar ese paso.

Después, cuando todo sucede, te das de bruces con la realidad.

Ni llega al mundo con un pan debajo del brazo, ni trae libro de instrucciones, ni los remedios de la abuela sirven siempre, ni te va a dar tiempo a poner lavadoras, dormir las 8 horas recomendadas, ni la lactancia, en ocasiones, es tan maravillosa como te decían, ni nada de nada.

Sin darte apenas cuenta, tienes a un ser totalmente dependiente de ti las 24 horas del día, que no habla, que no camina, que no hace nada: sólo comer, dormir, llorar y cagar. Pero, de pronto, te mira con sus pequeños ojitos y te parece lo más hermoso del mundo y todo se vuelve bucólico. Se te olvida, por unos segundos, que llevas casi 24 horas sin dormir, que tus emociones son una montaña rusa, que tus hormonas siguen revolucionadas, que tu vida ha cambiado en cuestión de segundos, que tienes lavadoras por poner, que tienes que hacer tu comida, que tienes que ducharte para parecer un ser humano, que tus ojeras llegan a la puerta de casa desde el salón.

Cada etapa tiene sus cosas, sus rarezas. Y te das cuenta que tienes una responsabilidad enorme encima de tus hombros que no se va a ir nunca.

Que ante ti tienes a un ser vivo al que tienes que guiar durante bastantes años, pero no para moldearlo a tu imagen y semejanza, sino para que sea capaz de sacar lo mejor de él mismo y que cuando caiga, sepa levantarse y continuar y, además, que sepa que puede contar contigo en las buenas y en las no tan buenas.

Esa responsabilidad te la cuentan de puntillas, pasan por encima de ella porque todo queda envuelto por el papel de regalo y el lazo de traer una vida al mundo y todas las alegrías que ello conlleva.

Cuando llega un día como hoy, te paras un momento y haces balance. Parece que pesa más lo negativo, porque nos han enseñado a señalar lo malo antes que dar valor a lo bueno y sacar rendimiento de eso que no es mejor. Porque piensas que podías haberlo hecho mejor, pero, tienes que tener en cuenta que eres tú y tus circunstancias en cada momento. Lo has hecho lo mejor que has podido, lo mejor que te han dejado.

Pero también recuerdas ese antojo de dulce, esas risas nocturnas; esa mirada intensa, esa manita que te agarra, esas sonrisas con hoyuelos, esa lengua de trapo que va aprendiendo a decir distintas palabras cada vez más difíciles, esas confidencias según se va haciendo mayor, ese escenario escolar, esa memoria prodigiosa, esas conversaciones tiradas en la cama y saber lo que te quiere contar con solo mirarla, esas carcajadas por cosas que sólo entendemos las dos, esos chistes malos con avaricia, esa petición de ayuda con palabras y con mirada, y tender la mano, siempre, incondicionalmente.

Aunque, como dice Amaral, a veces te mataría, y otras, en cambio, te quiero comer. (…) Que me has ganado poquito a poco. Tú que llegaste por casualidad (…).

Recomendación musical: “Ruido” de Amaral

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