Estas elecciones autonómicas son importantes para las dos regiones que incluye la actual comunidad, en especial para la triprovincial Región Leonesa y para todos los leoneses. Hasta el momento de emitir el voto nos encontramos en las últimas horas de reflexión; una vez aminorado el ruido de la campaña electoral, podemos plantearnos como colectivo, como Pueblo Leonés, ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos? Nuestras respuestas serán decisivas y dilucidarán nuestro voto.
Somos leoneses. Nuestro gentilicio es evidente, clarificador, se remonta a la Edad Media y llega hasta hoy, a pesar de las tergiversaciones y manipulaciones interesadas. Salmantinos, zamoranos y leoneses integramos el Pueblo Leonés, uno de los Pueblos de España a los que alude la Constitución Española, que proclama su voluntad de protegerlo en el ejercicio de los derechos humanos, su cultura, sus tradiciones, lengua e instituciones en un régimen de justicia e igualdad.
Nuestros orígenes son remotos y tienen múltiples aportaciones, aunque nuestra regionalidad viene a concretarse en la Edad Media dentro del reino de Asturias constituyendo una entidad diferenciada, consolidada de modo cristalino el año 1065 a la muerte de Fernando I, que evolucionará a lo largo de más de dos siglos hasta constituir el Reino Leonés integrado por Galicia, Asturias, el Reino de León propiamente dicho y Extremadura, extensión que alcanza en el reinado de Alfonso IX. Este monarca importantísimo y oscurecido por la historiografía castellana, convoca en la ciudad de León las Cortes de 1188, consideradas la Cuna del Parlamentarismo, las primeras que dan cabida a los representantes de las ciudades del reino, y funda en 1218 la Universidad de Salamanca. Desde su muerte, en 1230, nuestra Región, el Reino de León propiamente dicho, atravesará las diferentes etapas de la Historia de España manteniendo su personalidad, puesta en valor durante el siglo XX y reconocida constantemente hasta 1978. Sólo la arbitrariedad más espantosa en cinco años de fraude de ley y constitucional, de la mano de partidos centralistas, unirán su destino a seis provincias castellanoviejas, hundirán su economía, destruirán su eje vertebrador por ferrocarril, la Ruta de la Plata, y determinarán la emigración de sus habitantes.
¿Adónde queremos llegar? Evidentemente, deseamos un futuro de plenitud democrática, de desarrollo económico, una red de comunicaciones ágiles que nos relacionen con el mundo, servicios de salud, educación, etc, del mayor nivel, y también nuestra individualidad, el reconocimiento de lo que somos sin confusiones, ocultaciones e invisibilización. Sabemos qué partidos nos han negado todo esto en las últimas décadas.
En nuestras manos, en nuestros votos, tenemos un poder incalculable, el de cambiar una trayectoria de declive, de postergación y empobrecimiento sin identidad propia, de dilución progresiva de nuestra personalidad. Nuestro voto puede manifestar el hartazgo, un ¡Basta ya! por la autonomía propia y por la capacidad de tomar las riendas de nuestro futuro, de gestionar nuestra economía y dar satisfacción a nuestras necesidades de todo tipo.