El fútbol y el turrón

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Antonio Calderon 2

No sé por qué sucede, pero es llegar el 15 de diciembre y todas aquellas melodías de anuncios navideños llegan a mi mente. Y es que forman parte de mi infancia, una infancia modesta y feliz, donde las celebraciones religiosas y la familia se convertían en el centro de tu vida. No existía Papá Noel, o, al menos en mi casa, no tenía conocimiento de él, así que los Reyes Magos se convertían en nuestros grandes amigos. Esos que te regalaban aquello que tus padres nunca te querían comprar. Nunca entendí, eso sí, cómo eran capaces de llegar a tan pocas casas en tan poco tiempo. Si, además, se ponían finos, porque vaso de leche para los camellos y tal va, vaso de leche viene, y pasta va y pasta viene, se ponían morados. Incluso en algunas casas les ponían cava. Y eso nadie lo puede negar porque dejábamos el plato lleno y al levantarnos apenas quedaban un par de piezas.

Recuerdo que no sólo iban a mi casa, sino que siempre me dejaban algo en casa de los abuelos, de mis tíos, de los amigos de mis padres. Eran unos magos fenómenos. Y Gaspar, sobre todo, aunque reconozco que viví más de veinte años confundiéndolo con Melchor (ya con Baltasar… nunca tuve la más mínima duda de cuál de los tres era porque era siempre el más simpático).

Recuerdo que la mañana de Reyes era una locura. No habías abierto los regalos de casa y ya estaba llamando la abuela para decirnos que en su casa también había. Pero había que probarlos corriendo e ir a por más. Y así se iba la mañana hasta regresar a casa todos y disfrutar de aquellos excelentes canelones que hacía mi madre. Y de segundo San Jacobos, y de postre el roscón de la señora Carmen, la de Jibe. Siempre lo comprábamos sin nata, pero con muchas sorpresas. Pequeñas figuras que guardábamos todo el año.

Pero si algo marca la Navidad es el turrón. Típico español, excelente dulce que tiene sus fechas de mayor consumo en el cambio de año. En ninguna mesa faltan, ya sea de chocolate, yema, almendra, y ahora ya de todo tipo de sabores.

Pero el turrón lo asocio siempre al fútbol. Siempre se ha asociado a este deporte y a los entrenadores. Parece que el hecho de que coman el turrón ya es un primer título. Para mí lo es desde que se abrieron las ventanas del mercado. Si llegas a ellas tienes la oportunidad de hacer retoques que pueden variar muy mucho el rendimiento de la plantilla. Cuanto menos técnico y jugadores pueden disfrutar de una semana de desconexión, de recargar las pilas. A veces nos pensamos que los jugadores son máquinas que no pueden fallar, que no tienen sentimientos más que de vicio y perversión (que si han visto a este en tal discoteca, que si por las noches van a tal o cual local, que si fuman ‘shishas’, que si están todo el día ligando,… Aunque fuera verdad, formaría también parte de la rumorología, y no tiene que influir necesariamente en su rendimiento. Y lo dice esto alguien que establecería un régimen interno todavía más estricto en el que los jugadores sólo saldrían tras conseguir los objetivos. Pues sí. Tienen otros tipos de sentimientos hacia sus seres queridos. Necesitan, como cualquiera de nosotros, su contacto, sufren la distancia y disfrutan la cercanía. Ese descanso es necesario para todos y también les sirve para reflexionar y ver aquellos puntos donde ellos y sus compañeros deben mejorar. Es más, estoy seguro que muchos no disfrutan lo suficiente estos días por pensar en cómo hacer las cosas de otra manera cuando no salen bien.

Pero a lo que íbamos, al turrón. Los entrenadores empiezan a comerlo nada más firmar por un equipo. Ya se cuestiona la confección de la plantilla, pero la ilusión de una nueva temporada siempre lo supera todo. Es, a partir del arranque de la competición, cuando el turrón juega un papel fundamental y todos nos empezamos a preocupar en si este o aquel lo comen en el momento debido (las Navidades) o, incluso si no lo hacen.

Obviamente es un símil con la opción de ser cesados. Con el análisis en esta época del que hablábamos antes. No siempre es fácil. Hay momentos en los que un día lo comen y otro no, porque las cosas cambian de un día para otro.

En Salamanca, parece que el turrón va a ser dulce… salvo descalabro. En el Salamanca UDS Calderón parece tener posición de fuerza incluso si no gana al Pontevedra el domingo. Esto le puede permitir hacer esos ajustes y que el rumbo del equipo, que no es para nada el esperado, pueda girar hacia la parte alta de la tabla.

Mori está cuajando una grandísima temporada. Si a cualquiera de Unionistas le dicen hace cuatro meses que el equipo iba a estar séptimo, a un paso del ‘play-off’, que iba a haber sido líder de la Primera RFEF, que iba a estar luchando con un Primera por pasar a dieciseisavos de Copa del Rey o que iba a estar invicto (al menos en el campo) durante 17 partidos, lo habría firmado seguro. Aunque es cierto que tanto empate parece desfondar un poco a la afición, que también estos días busca recuperar su esencia tras algunos pequeños desentendidos en alguna zona de la grada en la que parece ser que se puso en cuestión el trabajo voluntario.

Sin embargo, parece que Mori está ya comprando el Antiu Xixona y la Jijonenca para poner rumbo a tierras asturianas y darse cuenta del lugar en el que ha conseguido situar al equipo.

Ya más abajo, Mario Sánchez es el que parece que se va a poner ‘morao’ y mira que no tiene pinta de ser muy glotón sino todo lo contrario. Tras un comienzo de Liga en Tercera RFEF muy irregular, ha reconducido al grupo y han conseguido formar un gran equipo que luchó hasta el último suspiro por levantar la Copa Federación y que ahora marcha primero en Liga en busca de un ascenso que le devolvería al lugar que le catapultó años anteriores como uno de los conjunto con más solera en la Segunda B. El resto de Tercera tendrán que conformarse con comer los turrones de marca blanca, que saben igual, pero que no dan a la mesa la prestancia que les gustaría. Los degustarán en espera de que sus equipos mejores y pierdan el miedo de perder la última categoría nacional, aunque se desarrolle en Castilla y León.

¡Queremos turrón, turrón, turrón!

Autor

Periodista y comunicador. Licenciado por la Universidad Pontificia de Salamanca.