Yo creo firmemente que el Amor sí está en el aire.
Pero hay tanta crispación flotando en el mismo, que al pobre le está costando horrores abrirse camino.
Las malas vibraciones que hay en el ambiente empiezan a ser preocupantes.
Todos, unos más y otros menos, saltamos y ponemos el grito en el cielo por cualquier cosa.
Nos cabreamos por lo mucho que ha subido la luz, la gasolina o la bolsa de la compra.
Estallamos y maldecimos por lo mal que lo están haciendo todos los políticos.
Creo que se piensan que están al mando de un país de idiotas.
Nos enfadamos porque a veces la tolerancia y el respeto brillan por su ausencia.
Y hay demasiada gente en el mundo a la que le cuesta aceptar, que no hay ningún problema si tu manera de pensar no es la misma que la del compañero de trabajo, la de la camarera del bar o la del frutero de tu barrio.
La piel que nos cubre es tan fina, que absolutamente todo nos ofende.
Y es, esta situación que nos encabrona tanto, la que nos impide darnos cuenta de que el Amor flota por encima de nuestras cabezas.
Y lo hace de muchas formas: un beso de tu padre, una caricia de tu pareja, un ¿qué tal, cómo estás? de tu compañero de trabajo, un ¡qué rica la comida, mamá! de tu hija, un ¡buenos días! de tu vecino… y mil momentos que se presentan en nuestro día a día y que nos cuesta percibir como Amor.
A veces no somos conscientes de las cosas que de verdad importan.
Esas que nos hacen sentir un pellizquito en el corazón y nos hacen esbozar una sonrisa.
Vivimos tan rápido y tan acelerados, que solo vemos pasar delante de nuestros ojos un paisaje borroso, de color gris y sin detalles.
Al acabar el día, cuando por fin paramos cansados, sin ganas de hacer nada y más de una vez cabreados, no nos damos cuenta de que ha pasado un día más.
Y no logramos recordar, si al llegar a casa del trabajo le has dado un beso a tu pareja, o si le has preguntado a tu hijo qué tal le ha salido el examen de matemáticas o le has puesto agua al perro, que el pobrecillo no ha hecho otra cosa que pasearse por entre tu piernas, moviendo el rabo por la felicidad de verte.
Y sí, estos pequeños actos que a veces se nos escapan o los hacemos de forma inconsciente, son actos de Amor.
Hay muchos tipos de Amor : el de pareja, el que se tiene por los hijos, el amor a los animales, el amor por las cosas, como los libros o la música.
Todos sabemos que sin Amor no se puede vivir.
Pero el Amor no solo hay que hacerlo, sino que hay que demostrarlo.
No ama más el que más dice “ Te Quiero”.
Y es que cuando pensamos en el Amor, lo primero que nos imaginamos es a cupido revoloteando con su flecha, apuntándole a algún corazón solitario que pide en silencio que le amen.
Y no señores, el Amor es mucho más que todo eso.
Amor es estar en casa un domingo lluvioso por la tarde, y salir sólo para comprar chocolate con churros y merendar con la familia.
Amor es levantarte un sábado de invierno a las ocho de la mañana y a dos grados bajo cero, sólo para llevar a tu hijo al fútbol.
Amor es llegar de trabajar a las diez de la noche molido y bajar al perro a pasear, a que haga unos “pises” y se pegue cuatro carreras por el parque.
Amor es pasarte una tarde de verano, a treinta y ocho grados de temperatura, en casa de tu mejor amigo para prestarle tu hombro y que llore desconsoladamente por un mal de amores, en vez de ir a la piscina.
Amor es hacer dos turnos seguidos en el trabajo, para que una compañera se pueda ir de vacaciones y cumplir así el sueño de su vida: pasear por los Campos Elíseos.
Amor es escuchar a tu anciana vecina contarte por enésima vez, lo bonitos que están sus geranios luciendo en el balcón, mientras le ayudas con el carrito de la compra.
El Amor tiene la gran virtud de disfrazarse de millones de cosas:
de amistad, de educación, de empatía, de admiración, de cariño…
No le hagamos el feo de dejarlo de lado en nuestro día a día.
Porque de verdad, cuando nos demos cuenta de que el Amor nos convierte en mejores personas, el mundo será mucho más bonito y seremos mucho más felices.
