En ocasiones, mis amistades “se enfadan” porque les doy las gracias. Me dicen que no es necesario, pero yo insisto.
Siempre me han dicho que es de bien nacida el ser agradecida y yo es algo que intento llevar a rajatabla.
Es bonito dar las gracias a quien te tiende una mano, te ayuda a que sea más llevadero un comienzo o te abre una “puerta” ficticia en un nuevo reto personal-laboral.
Ese “no sentirte sola”, el sentirte acompañada y apoyada es de agradecer.
Nuestros oídos se estremecen y nuestra alma se sonroja cuando alguien nos da las “gracias”. Creo que nos hace sentir mucho mejor y crecemos un poquito. Ese “gracias” nos hace seguir apostando por la humanidad y por el conjunto de la sociedad.
Hay veces que sientes que algo te incomoda, que te hace saltar de cada lugar donde te acomodas, pareciendo que tienes azogue, invitándote a moverte de un lugar a otro. Y empiezas a dar vueltas a algo que no tiene forma aún en tu cabeza, pero va adquiriendo su lugar, ocupando su espacio. Tu mente va de una idea a otra, de una actividad a otra hasta que, de repente, descubres que todo comenzará a fluir cuando seas capaz de dar las gracias por aquello que, aunque pareciera insignificante, nimio, para ti es de las cosas más importantes y necesarias. Cuando lo hagas, descansarás, te sentirás mucho mejor, una inmensa sonrisa se dibujará en tu rostro y la tranquilidad y la paz lo inundará absolutamente todo.
Tengo la sensación de que hay “gracias” que se me han quedado en el tintero y que se me está formando una bola que, a veces, no me deja respirar con normalidad o que acelera mi corazón sin ningún motivo.
Por eso existen momentos en los que miro al cielo si es de día o, en la noche, me concentro en la luna o elijo una estrella y “doy las gracias”. Ellas saben a quién se lo tienen que hacer llegar.
No cuesta nada. No es perjudicial. Al contrario, son grandes los beneficios para todas las partes implicadas: tú te quitas una carga de encima y reina la paz dentro de ti; a la otra persona le dibujas una sonrisa y se siente valorada. Entre ambas creáis una conexión de buena energía.
Recuerda: nunca es tarde para dar las gracias. Nunca.
Si puedes, mira a los ojos a esa persona a la que quieres agradecer, respira hondo y, con calma, pronuncia las palabras mágicas: “gracias”. Quizás, sin esperarlo, el abrazo llegue y termine de recolocar todo.
Practícalo. No pierdes nada.
Recomendación literaria: Las gratitudes de Delphine Vigan