La mujer en la Iglesia, discriminación y silencio

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«Me duele la situación actual de la mujer en la Iglesia o, más que dolerme, estoy cansada«

Dolores Aleixandre

«Las mujeres han permanecido en la Iglesia como las grandes ausentes, una ausencia que perdura hasta nuestros días. Evidentemente la ausencia de las mujeres empobrece enormemente a la Iglesia en múltiples aspectos y en sí misma; pero además pierde credibilidad ante el mundo que va despertando rápidamente en estos aspectos y ante los cuales la Iglesia, Luz de las Gentes como se llamó a sí misma en el Concilio, debería brillar con su ejemplo y alumbrar caminos nuevos

María José Arana

Muchas mujeres en la historia han dado su vida por defender los derechos, hoy la necesidad de mantener viva la reivindicación sigue siendo necesaria e imprescindible, como aquel día en la fábrica de Nueva York en 1911. Hace más de un siglo, la Internacional Socialista proclamó este día para reivindicar el voto femenino, la no discriminación laboral, el derecho a la educación y otros derechos fundamentales. Un año antes, la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague, proclamó el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, propuesta de la alemana Luise Zietz. Hoy queda mucho camino por recorrer, en este día, se quiere encender una luz roja para recordarnos la situación de muchas mujeres, a medio camino para poder alcanzar la igualdad de género. En todas las latitudes la remuneración de la mujer es menor por realizar el mismo trabajo, la representación de la mujer en la política, el acceso a la educación donde muchas niñas no son escolarizadas, el acceso a la investigación, el matrimonio infantil, la violencia contra la mujer, la pobreza, etc.

Dentro de esta realidad pendiente y necesaria de reivindicar la igualdad, está el papel de la mujer en la Iglesia, discriminada y silenciada en tareas, carismas y funciones. La mayor parte de los cristianos practicantes son mujeres, posiblemente ha sido una constante a lo largo de la historia, pero en el orden eclesial no tienen la misma en responsabilidad y participación que otros creyentes varones. Una realidad aceptada como natural en ciertos sectores de la Iglesia, como en ciertos ambientes jerárquicos y tradicionalistas y también por numerosos fieles con una formación débil o infantil en la fe. La situación de la mujer es una rebelión pendiente en la Iglesia.

Francisco es consciente de esta realidad, llamando la atención en numerosas ocasiones, lamentando que se confunda el “servicio” con la “servidumbre”. “Sufro, lo digo de verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas organizaciones eclesiales que la función de servicio de la mujer, que todos tenemos y debemos tener, se transforma en un papel de servidumbre” (2013). En su Exhortación apostólica Evangelii gaudium comenta que “las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente” (EG, 104). “Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica” (EG 103) Insistió en el papel de la mujer y en la necesidad de crear espacios a la mujer en la vida de la Iglesia, al recibir a los miembros de la Comisión Teológica Internacional (2014) y en un discurso al Pontificio Consejo de Cultura, que había dedicado su Asamblea Plenaria al tema “Las culturas femeninas: igualdad y diferencia” (2015).

En la actualidad parece estar totalmente excluidas de los ámbitos donde se toman “las decisiones importantes”, aunque Francisco ha comentado que es un problema más complejo y que no puede ser reducido a las funciones que ocuparían en la Curia. Todas estas declaraciones, no pasan de ser una declaración de principios, pero de momento no se han plasmado en ninguna concreción práctica. Todas estas declaraciones son insuficientes para responder a la sensibilidad práctica de la igualdad de la mujer en la Iglesia. Son cosas chiquititas, nos recordaban E. Galeano, que no nos sacan de la desigualdad, pero actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.

Claramente es una realidad que no es ni justa, ni evangélica, después de un siglo de lucha por la igualdad de la mujer, después del Concilio Vaticano II, nos preguntamos hoy más que nunca, que es insuficiente lo que hace la Iglesia por la desigualdad y marginación de las mujeres, al igual que por los laicos. Todavía en el año 2017, sigue cerrado con cien candados el acceso de la mujer al sacerdocio en igualdad de condiciones que los varones, cuando la mujer hace años que está accediendo a todos los ámbitos de la vida pública y profesional. Esta realidad provoca dolor y tristeza esta situación. Jesús no buscó un lugar especial para ellas, sino el lugar que tiene cualquier creyente, el ser hijo y amado por Dios.

Todo en la institución eclesial es agotadoramente lento, el 12 de mayo de 2016, durante una audiencia con 900 religiosas reunidas para la asamblea de la Unión
Internacional de Superioras Generales, una de las religiosas preguntó al Papa: “En la Iglesia existe el ministerio del diaconado permanente, pero sólo está abierto a varones casados y no-casados. ¿Qué impide que la Iglesia incluya mujeres entre los diáconos permanentes, como sucedía en la iglesia antigua? ¿Por qué no se crea una comisión oficial que estudie la cuestión?”. Francisco aceptó la propuesta y el 2 de agosto se creó se creó la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino, integrado por seis hombres y seis mujeres. La Comisión cuenta con dos españoles: Nuria Calduch, profesora de Teología Bíblica en la Universidad Gregoriana de Roma y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica; y Santiago Madrigal, jesuita y profesor de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.

La Comisión, ya puesta en marcha, quiere realizar un estudio sobre el diaconado femenino en los primeros tiempos de la Iglesia y qué papel desarrollaron, si fueron ordenadas o no. Pero en principio, no se tiene intención de una apertura para el acceso de la mujer al sacerdocio, cuestión condicionada por la declaración de Juan Pablo II que cerró esta posibilidad. La declaración ha sido muy discutida por grandes teólogos y es una cuestión complicada, porque durante los primeros siglos, la teología sobre los sacramentos no estaba aun totalmente desarrollada y la ordenación no se planteaba con la precisión que se ganó en siglos posteriores.

Independientemente de las cuestiones históricas y teológicas, ahí está la realidad de las otras iglesias cristianas, donde la mujer está teniendo un papel muy diferente. La Iglesia Católica debe conceder a la mujer todo el lugar necesario para una igualdad práctica y real con el varón. Nos recuerda el gran historiador de las religiones Jean Delumeau, que el éxito de la nueva evangelización tiene que pasar por la completa rehabilitación de la mujer en la Iglesia. No se puede seguir considerando a la mujer como menor de edad y sumisa al varón, esa realidad de otro tiempo ya ha caducado y poco o nada tiene que ver con el Reino que anunció Jesús.

Es necesario transmitir una nueva imagen de Dios más inclusiva, incorporando la aportación de las mujeres a la experiencia cristiana, haciendo de la Iglesia un lugar de puertas abiertas para acoger y recibir, escuchar, dialogar, proponer, salir a las periferias y  responder a las nuevas realidades. Más allá del acceso al sacerdocio ordenado, es necesario en este nuevo paradigma de evangelización que propone Francisco, la aportación femenina a la espiritualidad, a la teología y al pensamiento. Una Iglesia en salida, es también incluir la feminidad en la definición de Dios, una visión inclusiva que puede abrir nuevos horizontes deliberación y renovación.

Autor

Profesor, historiador y filósofo.