¿Las apariencias engañan o somos nosotros quienes nos dejamos engañar por ellas? Es una frase común, pero llena de verdad. A todos nos ha sucedido confiar en alguien que creíamos sincero, solo para descubrir que no lo era. Sin embargo, si lo pensamos bien, no son las apariencias las que engañan, sino nuestro propio corazón, que, con su esencia, nos pone una venda en los ojos.
Cuando finalmente comprendemos que una persona que parecía ser un amigo, una pareja o incluso sentimentalmente hablando parte de nuestra familia, no lo era realmente, solemos ignorar lo que en el fondo siempre supimos: que «las apariencias engañan». Nos aferramos a los sentimientos, incluso cuando la realidad nos muestra lo contrario. Nos convencemos de que alguien nos quiso, y lo cierto es que solo mostró una imagen disfrazada de bondad, cariño o amistad.
Pero toda máscara, tarde o temprano, se cae. Y si, aun cuando la verdad se hace evidente, seguimos aferrándonos a la ilusión, queriendo creer que esa persona nos quería, pese a todas las pruebas en contra, entonces… ¿De quién es la culpa? ¿De las apariencias o de nosotros mismos?
Sinceramente, la culpa es nuestra. Aunque siempre he querido creer que en este mundo también existen personas buenas, cuya esencia es tan auténtica como su apariencia.
Existen muchas clases de apariencias; algunas hieren, otras no. Se aparenta felicidad cuando, en realidad, la tristeza nos envuelve en silencio. Se muestra una estabilidad económica comprando ropa de marca o cenando en restaurantes caros, aunque quizás no se pueda costear. Y qué decir, de las redes sociales, parece una obligación informar de nuestra vida.
Se finge amor por alguien cuando, en el fondo, no es cierto. Se aparenta ser una buena persona, pero los hechos terminan contradiciendo a las palabras, causando daño gratuitamente. Se aparentan tantas cosas y, al mismo tiempo, nada. Entonces, ¿de qué sirve aparentar si, al final, no se sabe amar ni valorar a quienes realmente nos quisieron?
Es en la soledad de nuestros pensamientos donde debemos pensar, sentir, reflexionar. Y cuando llegue el momento en que se comprenda que «las apariencias engañan», lo mejor será alejarse en silencio.
«Si las apariencias engañan o si somos nosotros quienes nos dejamos engañar por ellas, lo mejor es cerrar ese capítulo y escribir una nueva historia»