Su nombre científico es argentavis magnificens, lo que se traduce del latín como «ave argentina magnífica». Es una especie extinguida que vivió en nuestro mundo durante el Mioceno Superior, hace entre ocho y seis millones de años, en la actual Pampa argentina y la Patagonia. A día de hoy, se sigue considerando como una de las aves más grandes que la historia ha conocido.
Con características de buitre y de águila, este ave podía alcanzar entre metro y medio y dos metros de altura, y pesar hasta setenta kilogramos, y una longitud (desde su pico hasta su cola) de tres metros y medio aproximadamente. Además, lo realmente asombroso es la envergadura a la que podía llegar con ambas alas extendidas: siete metros.
Pertenece a la familia de los teratornítidos, las «aves mostruosas», debido al gran tamaño que presentan. Marcos Cenizo, de la Fundación de Historia Natural Féliz de Azara, declaraba que: «se cree que los teratornítidos se originaron en América del Sur, ya que sus restos más antiguos fueron hallados en yacimientos con edades de entre 25 y 5 millones de años, en Brasil y Argentina. Después de este periodo de tiempo, los teratornos desaparecieron del registro de fósiles sudamericanos, pero se vuelven notablemente abundantes y diversos en América del Norte, hasta su extinción al final del Pleistoceno, hace unos 12 mil años».
Debido a su morfología y clasificación como especie, los investigadores concluyen que los Argentavis se alimentaban tanto cazando a sus presas, como devorando carroña. Pequeños mamíferos pudieron ser la base de su dieta, pero dado su tamaño y corpulencia, no se descarta que pudiera atacar a marsupiales de la época y otros animales de tamaño medio.
En lo que respecta a su pico, hay quien defiende que lo tenían de las mismas características que los de las águilas, lo que supondría que se alimentaban tragándose a sus presas de un bocado. Otros, sin embargo, creen que, al ser un animal carroñero, debieron de tener un pico capaz de desgarrar la carne con facilidad.
Fue en la década de los años setenta, cuando los paleontólogos argentinos, Rosendo Pascual y Eduardo Tonni, estuvieron buscando fósiles en la Pampa. En 1979 hallaron los huesos fragmentados de lo que parecía ser un ave de tamaño descomunal. Y así, un año después, Kenneth E. Campbell y Eduardo Tonni publicaron la descripción científica de la especie.
Las medidas de este pájaro pusieron en duda todo lo que, hasta el momento, se conocía sobre la aerodinámica. El análisis de los fósiles para tratar de averiguar las características de su locomoción concluyeron que este animal sería ágil en el suelo, y que pudo incluso llegar a trotar para acechar a sus presas; pero, desde luego, su especialidad habría sido planear.
No era un ave muy veloz, alcanzando una velocidad media de 70 kilómetros por hora. Los especialistas creen que los argentavis tuvieron un método de vuelo similar al de los cóndores o los buitres actuales: no podrían despegar desde una posición estática, ni mantenerse en el aire por la fuerza de su aleteo; sino que saltarían desde pendientes y riscos elevados y aprovecharían el régimen constante de vientos que había en su hábitat para planear durante kilómetros sin llegar apenas a batir sus alas.