Desde las teorías de la evolución de Charles Darwin, en las que se determina que la raza humana proviene del simio, son miles las investigaciones que se han producido a lo largo de la historia para encontrar ese eslabón perdido, un híbrido que conecte las dos familias.
Hoy te contamos la historia de Oliver, un peculiar chimpancé que, por sus rasgos humanos, se consideró un ejemplo de la especie a medio camino.
Oliver nació en la República Democrática del Congo en el año 1958. Fue encontrado por un guía estadounidense de la zona, el cual lo recogió y lo envió a Estados Unidos con su hermano, Frank Berger, y su esposa Janet. La razón por la que decidió mandarlo con la pareja fue que ambos regían un centro de entrenamiento de simios para espectáculos en New Jersey.
Pero el matrimonio no tardó en darse cuenta de que Oliver era especial. Tenía un pelaje distinto al de los chimpancés comunes, llegando a incluso a ser lampiño en zonas como la cabeza y el rostro; sus orejas eran puntiagudas y tenía la frente más amplia de lo normal. Pero su característica más sorprendente y que lo acercaba más al mundo humano, era que caminaba erguido, sin apoyar sus nudillos delanteros como los demás simios.
Tanto fue así que desde el principio, Frank y Janet lo apartaron de los otros primates y lo incluyeron en la vida de su casa. Poco a poco, Oliver comenzó a participar en tareas humanas como a transportar carretillas, a fumar cigarrillos, a ver la televisión o incluso a beber refrescos.
Oliver era tan humano que sentía atracción sexual por Janet, lo que, cuando el chimpancé cumplió dieciséis años, y comenzó a forzar a la mujer para aparearse, supuso tal problema que la pareja decidió venderlo.
Así, Oliver pasó de dueño en dueño, hasta que llegó, en la década de los años 70, a las manos de Ralph Helfer, un empresario de Chicago que dirigía varios parques de animales. Para él, Oliver fue la atracción protagonista. Se le apodó como el «Humanzee» y alcanzó una enorme popularidad. Aparecía en la televisión, y en portadas de revistas y periódicos, el mundo creía que era realmente un híbrido entre la raza humana y los simios, el eslabón perdido.
Sin embargo, unos años después, Helfer fue denunciado por maltrato animal por la Agencia Norteamericana de Agricultura y obligado a cerrar sus parques. Oliver pasó a tener su tutela en manos del Buckshire Corporation, un laboratorio experimental de animales.
De 1989 a 1998, Oliver pasó su estancia allí dentro de una jaula, lo que le produjo artritis y varias lesiones por atrofia muscular. Allí se concluyó que Oliver tenía 48 cromosomas, tal y como tiene cualquier chimpancé, y la teoría del híbrido cayó.
Nuestro chimpancé murió en 2012, a los 54 años en el santuario para primates Primarily Primates de San Antonio (Texas).
Y es que a lo largo de la historia, muchos investigadores se han volcado en encontrar el eslabón perdido.
En en el año 1920, el biólogo ruso Ilya Ivanovich Ivanov intentó inseminar a una hembra chimpancé con esperma humano, pero esta nunca quedó embarazada.
En 1967 hay constancia de un intento por parte de la República Popular China. Inseminaron a tres hembras chimpancés con esperma humano y, sorprendentemente, todas quedaron embarazadas. Sin embargo, el experimento tuvo que ser interrumpido porque llegó la Revolución Cultural, que hizo que estos investigadores tuvieran que dejar su trabajo, con el consecuente abandono de las hembras simias.
Por último, se habla de que el científico estaudounidense Gordon G. Gallup, consiguió que naciera un híbrido entre las dos razas. El experimento vino dado a manos de un grupo de investigación de Florida. Finalmente, las consideraciones morales y éticas al respecto decidieron que el bebé fuese sacrificado.