Los aspectos no médicos de la residencia

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Aunque la preparación teórica y práctica es una constante en la vida de un médico, la residencia es un momento crucial, pues es el puente entre años de formación teórica y la vida plena como especialista. Por eso, en estas fechas cercanas a la elección de plaza de los nuevos Médicos Internos Residentes, rondarán en las mentes de estos futuros especialistas incontables y variables técnicas que les permitirán tomar la mejor decisión. Pero los que estamos adentro ya hemos ido descubriendo que, cuando la vida profesional empieza a desarrollarse más allá de la facultad, aparece un mundo que trasciende las moléculas, los fármacos y las palabras de infinitas sílabas que tanto encantan a los galenos. Cosas, situaciones e interacciones que rara vez se aprenden en los textos o en la facultad.

El contacto humano, por ejemplo, se torna en una nueva dimensión, que puede ser más o menos gratificante en función de las especialidades. Traer un niño al mundo o entregar malas noticias a pacientes con cáncer son experiencias que dejan huellas profundas e inadvertidamente indelebles; perteneciendo a un espectro mucho mayor de interacciones humanas que son casi exclusivas de nuestra profesión. Estas experiencias, para bien y para mal, no se aprenden en la facultad. Quizá algún libro las describa, pero como toda ciencia que tiene parte de arte, necesita vivencia para el aprendizaje.

Los reveses son y serán siempre parte de cualquier profesión. Pero en la nuestra, por el coste y las implicaciones, generan un aprendizaje profundo que condiciona futuras respuestas instintivas ante situaciones similares. La residencia es una etapa en la que es nuestro derecho y nuestro deber equivocarnos, pues tenemos al lado a maravillosos profesionales que tienen también, como derecho y como deber, que enseñarnos de nuestros errores.

Un MIR sin experiencia laboral descubrirá rápidamente que el mundo hospitalario es un crisol de personalidades y egos. Tiene los mismos agridulces que cualquier otro trabajo en el mundo, pero con la exigencia de tener que dar el cien por cien de nuestras capacidades en todo momento. Los hospitales, que suelen tener durante el día más personas que algún pueblo pequeño, son microcosmos donde confluye todo un espectro social, político, académico y humano; y cada uno de esos elementos imprime de forma individual una marca en el devenir profesional de cada trabajador. Cada MIR tiene un carácter único, irremplazable e irrepetible. Es por eso que un MIR aprende un nuevo nivel de relaciones interprofesionales, que se nutre día tras día y moldea su carácter como residente, y le transforma en silencio hasta convertirle en el adjunto que será.

La autopercepción, probablemente, es de todas las consciencias, la más importante en un MIR. Un residente debe estar consciente en tiempo, espacio y persona para saber qué lugar ocupa en la tácita pero compleja jerarquía médica, al tiempo que ejerce la autocrítica. Una mentalidad débil puede llevar a que nos percibamos como poco preparados (¡a todos nos sucede!), a que nos hundamos en el síndrome del impostor, subestimándonos e infrautilizándonos. Por el contrario, una imagen propia sesgada y basada en dos o tres aciertos pírricos nos puede inflar peligrosamente el ego hasta derivarnos en el típico residente pesado e insoportable. Como norma general, siempre que un residente crea saber algo, algún adjunto le demostrará que apenas está comenzando su camino.

Elegir a los mentores es una habilidad que se desarrolla en la residencia. No es lo mismo saber que saber enseñar. Por eso, el residente debe aprender de sus mayores, quiénes son los mejores docentes y quiénes los mejores médicos, pues no siempre esto va de la mano. De algunos adjuntos aprenderás observándoles desde las sombras. Cómo ejercen. A veces se aprende más viendo los ojos de un maestro a pie de cama con el paciente que del mismo enfermo. De otros, asimilarás escuchando de sus bocas síntesis e impecables interpretaciones de temas que llevan años digiriendo. De pocos, espero, aprenderás qué no aprender.

Finalmente, aunque esto se traiga aprendido de casa, es el mejor momento para aplicarlo. Estimados adjuntos y residentes, siempre se debe decir “buenos días, por favor y gracias”.

Artículo de Edgard Marcano-Millán, médico residente de cuarto año y escritor, publicado en Salamanca Médica nº 74.

Autor

El Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Salamanca, corporación de derecho público con casi 130 años de historia y más de 2.800 médicos de Salamanca, es el editor de la revista "Salamanca Médica", publicación de Medicina y Humanidades.