Recordaba aquellas nueces de California ya mustias y rancias.
La memoria había decidido escaquearse, concediendo paso al despiste y el olvido.
En ocasiones, las repeticiones insistentes daban la tabarra a diario.
Lágrimas que surcan de forma solitaria las arrugas de aquel rostro marcado.
Dicen que sus heridas nunca curaron,
eran las culpables de que las neuronas se iban quemando.
A veces una sonrisa cautiva, se escapaba de sus labios,
cuando aquella pequeña acariciaba su mano.
Era presa de esa cárcel oculta en tinieblas,
comprimido y magullado.
El viejo cerebro se encontraba agotado.