La importancia de los recuerdos

- en Cultura
mi abuela no se acuerda de mi nombre

Recuerdos de la infancia con olor a croquetas, tortilla de patata y flan de coco. Infancia feliz sin móviles, videoconsolas ni ordenadores.

Terraza inundada de risas, juegos, conversaciones, peleas infantiles que acaban en carcajadas y amor.

Canciones a grito “pelao” y narraciones de cuentos grabadas en cintas casettes.

¿Te acuerdas?

Padresnuestros y montes donde murió Cristo nocturnos.

Entorpecer el trabajo de artesanía en la cochera. Nuestra cochera. El santuario.

Jugar con las virutas y los palos.

Molestar a la tortuga con juegos ante la atenta mirada lejana del artesano.

Mientras, su artesana, crea en la cocina los alimentos con un toque inmenso de amor, pendiente de complacer a sus polluelos y darles aquello que más les gusta.

Sonríe ante la llegada de sus comensales. Como una gallina, se rodea de sus polluelos, bien acomodados bajo su ala.

Siempre dispuesta.

Siempre atenta.

Siempre disponible.

Pero un día las tornas deben cambiar. La cuidadora se convierte en alguien que debe ser cuidada.

Años cuidando que acabaron a pesar de la disposición y la energía. La rabia por el cambio, la pérdida de la independencia, el reconocerse mayor.

De pronto, un día, la sonrisa que siempre la gobernaba, se encuentra vacía, sin luz, sin su magia característica.

Un día, casi sin darnos cuenta, la tranquilidad se convierte en tormenta. El ser apaciguador se torna en tempestad. Un tsunami que cambia el día a día de quienes la rodeamos y queremos estar como satélites pendientes de sus necesidades.

De repente, casi sin percibirlo, pero siendo conscientes de la presencia de cambios, comprobamos que sus recuerdos se van marchando de su memoria. Se van como humo poco espeso, como niebla tenue que nos permite seguir con nuestra rutina y avanzar. Pero, su rutina cambia por momentos.

Sus recuerdos se van perdiendo en algún lugar, pero no sabemos cuál. Es nuestra obligación ayudarla a crear otros y retener los que quedan para que tarden en abandonar los cajones de su memoria.

Unos cajones cada vez más vacíos de recuerdos cercanos, que dejan espacio a los más lejanos y cubiertos de una capa de polvo. Estos avanzan, sin perder el compás, en fila india, hacia esa salida oculta para los ojos. Recuerdos lejanos que se mezclan y que crean, momentáneamente, otros recuerdos confusos y extraños.

Se terminaron las croquetas, las risas en la terraza, la tortilla de patata y el flan de coco. Los besos de abuela cambiaron a golpes de miedo como consecuencia del desconcierto y el desconocimiento. Las Navidades dejaron de ser iguales sin las rosquillas. El bolso azul con olor a comida quedó guardado en algún armario.

Y, nosotros, dejamos de ser cuidados para cuidar y hacerle el camino más llevadero. Un camino en el que no faltara el amor y el cuidado.

Un día a día lleno de risas, abrazos, besos, carantoñas, miradas de ternura y frases dichas a media lengua: abuelita corazón.

Ver LIBRO “Quiéreme siempre” de Nuria Gago

Ver LIBRO “Mi abuela no se acuerda de mi nombre” de Mai Egurza

Autor

Doctora en Derecho y Ciencias Sociales por la UNED, Licenciada en Derecho por la USAL, Máster en Derechos Humanos y Máster en Malos Tratos y Violencia de Género por la UNED. Técnica de proyectos en prevención y sensibilización en materia de igualdad, violencia de género y sexual.