48 minutos

- en Firmas

Tumbada en la arena, escuchando a las gaviotas a escasos metros y sintiendo el agua de la ría mojando mis pies, me recreo en recuerdos del ayer que se hacen muy presentes en el hoy.

El entorno me permite, gracias al silencio, encontrarme con mi soledad y acceder a los recuerdos que mi mente se ha encargado de sepultar en el rincón más alejado del cajón más profundo de la habitación más apartada al fondo de mi memoria.

Una soledad que ha dejado de ser una enemiga para convertirse en una aliada que me permite conocerme tras tantos años juntas sin prestarme casi atención.

Sin previo aviso, hace unos minutos, una imagen ha aparecido ante mí por sorpresa y me ha dejado paralizada, absorta y con la mirada fija en la nada antes de cerrar los ojos para permitir bañarme en el sol que corona este cielo despejado.

De pequeña me regalaron un reloj muy extraño: tan sólo contenía 48 minutos.

Extrañada miré a la persona que me lo regalaba con una enorme interrogación en mi cara.

Era una niña pequeña que no se esperaba un regalo así de aquella persona.

  • Querida, este reloj ayuda a aprovechar el tiempo y a no distraernos con minucias y cosas superfluas. Nos anima a disfrutar de la vida y no distraernos con cosas sin importancia.

Yo miraba a aquella persona y al reloj de forma alternativa, sin entender qué me quería decir, sin apreciar el valor de lo que me entregaba.

Con el paso del tiempo, el recuerdo de aquella persona se fue desvaneciendo igual que lo hacen los barcos cuando entran en un banco de niebla en la mar. O cuando se pierden en el horizonte después de soltar amarras y comenzar su largo viaje.

Al final, en mi memoria, lo que había quedado era una silueta negra desdibujada. Una figura masculina coronada por un sombrero de copa y una capa que parecía que quería alzar el vuelo cuando comenzaba a caminar. La voz, al igual que la imagen del hombre, se fue perdiendo con el paso del tiempo. Pero, por el contrario, sus palabras nunca se marcharon de mi mente.

Según iba creciendo, el recuerdo de esas palabras se hacía más y más presente. Aparecían sin previo aviso, en momentos clave de mi vida, cuando la ansiedad hacía acto de presencia.

Eran como un tornado veloz que con su fuerza lograba desestabilizarme y hacían que retornara a mi memoria esa silueta que se había ido desdibujando cada vez más, acompañada de unas palabras que se habían convertido en un susurro que se colaba por mis oídos, serpenteando como si fuera una serpiente, hasta llegar a mi cerebro, al cajón de la memoria donde guardaba todo aquello que me había marcado y que consideraba que debía ser almacenado a buen recaudo para no perderlo jamás.

He tardado tiempo en encontrar el significado al reloj y a esas palabras. Pero ha llegado en el momento justo, en el más oportuno de todos.

El tiempo se nos escapa entre las manos y no somos conscientes de lo que perdemos.

Ahora me doy cuenta de ello.

Pensamos que somos las dueñas de un tiempo que, en realidad, juega con nosotras a hacernos creer que le tenemos entre nuestras manos y que podemos hacer y deshacer a nuestro antojo, que le dominamos, cuando, verdaderamente, nos domina él a nosotras.

Un tiempo que corretea, pero haciéndonos creer que camina lentamente como una tortuga, dejando un rastro como el que deja el caracol a su paso por cualquier lugar. Nosotras sonreímos y nos engañamos pensando que le ganamos cada batalla a la que nos enfrentamos, sin darnos cuenta que lo importante es ganar la guerra y llevamos las de perder.

Me encuentro tumbada en la arena, recordando ese reloj que está guardado en alguna caja no sé dónde y me doy cuenta de la importancia de esas palabras y del tiempo desperdiciado a lo largo de mi vida.

El sol acaricia mi cuerpo desnudo, mientras el agua salada va acercándose cada vez más, al igual que los pececillos que nadan desorientados y se chocan con mis pies. Las gaviotas vuelan y se llaman unas otras a otras en un idioma que se te mete en la cabeza y te taladra. Y yo no dejo de pensar en ese reloj tan extraño que sólo contenía 48 minutos.

os lágrimas resbalan por mis mejillas sin compasión, sin detenerse, sin evaporarse, hasta llegar a la arena que me acoge y me sostiene.

La marea va subiendo y se va aproximando a mi cuerpo de forma suave, pero sin piedad. Va reconquistando su terreno. Tiene la temperatura justa. Ni fría ni caliente. He invadido su espacio y no tendrá compasión con un cuerpo cansado, destruido, desorientado que busca y busca, pero no encuentra lo que necesita y que está perdido.

El agua va rodeando mi cuerpo y las gaviotas se alejan, dejándome conversar en silencio con la ría; buscando esa calma que tanto necesito y que no quiere quedarse a mi lado, que se aleja y se pierde en el horizonte.

Una voz retumba en mi cerebro. Sólo dice una frase contundente que me atraviesa el corazón, que ya está tocado, para hundirlo irremediablemente:

  • Te quedan 48 minutos para recoger tus cosas y marcharte de aquí.

No he sabido qué hacer ni qué decir. Me convertí en un autómata que hacía las cosas por inercia, sin saber el motivo, la razón. Sin rechistar, he recogido todas mis pertenencias sin abrir la boca. He bajado las escaleras que separan el último piso de la puerta de salida; he abandonado el edificio y me he plantado en la calle. Me he dirigido a mi coche. No recordaba exactamente su ubicación, pero he llegado hasta él, aún no sé cómo. He colocado las cosas en el maletero, me he sentado y, sin pestañear, he arrancado y he salido a la carretera. Sin rumbo. O tal vez sí, pero no era consciente de ello. Me he dejado llevar y he terminado en la ría.

Ahora me encuentro aquí, desnuda, tumbada sobre la arena, pequeñas conchas y algas. Escuchando el rumor de las pequeñas olas que protestan porque he invadido su espacio.

No quiero abrir los ojos para no tener que enfrentarme a ese sol abrasador que dora mi piel impunemente.

De pequeña me regalaron un reloj muy extraño: tan sólo contenía 48 minutos.

Hace escasamente 48 minutos he descubierto el verdadero significado. Era un presagio de lo que tarde o temprano iba a ocurrir.

Abro los ojos. Miro al cielo fijamente. Pongo en alerta todos mis sentidos. Me levanto con energía y miro hacia el horizonte, descubriendo pequeños veleros. Con los dedos de los pies hago pequeños agujeros en la arena, empujando las conchas que impiden mi misión. Me quedo anclada allí, totalmente tiesa, con las manos a los lados de mis muslos. Mi pelo enmarañado cae por mi espalda, movido por el suave viento que se ha levantado de pronto y provocándome cosquillas sin pretenderlo.

Sonrío sin querer. La sonrisa se dibuja sola iluminando todo mi rostro. La comisura de mis labios se abre inocentemente haciendo que el camino que habían formado mis lágrimas se desplace hacia arriba, provocando un nuevo recorrido para las siguientes lágrimas que están dispuestas a abandonar mis ojos.

Camino y me adentro en la ría que me acoge con delicadeza refrescando mi cuerpo cubierto de arena. Los peces de distintos tamaños se van apartando según voy caminando y mi cuerpo se sumerge en el agua transparente y tranquila.

El agua trata de detenerme, pero yo estoy decidida a continuar, adentrándome más y más en esa agua cristalina que me llama. Parecen que los cantos de sirenas hipnóticos han aparecido y sólo los escucho yo. Son cantos que me dicen que continúe, que me sumerja sin titubeos.

Sigo caminando y sólo me detengo cuando el agua me llega a la barbilla. Miro al frente y cierro los ojos lentamente. Los cantos susurrantes de las sirenas imaginarias vuelven a mis oídos ininteligibles.

Tomo aire, cierro los ojos y me sumerjo sin contemplaciones. Los cantos de las sirenas se descifran al instante:

  • No te detengas, sigue adelante. Aprovecha la oportunidad de comenzar de nuevo y hacer lo que realmente quieres.

Con fuerza saco la cabeza del agua con un fuerte impulso. Me siento renovada y con la energía suficiente para afrontar todo lo que se viene.

Camino hacia la orilla con determinación, sintiendo como el agua resbala por mi cuerpo. Cojo una toalla y me cubro con ella.

La silueta del hombre que me regaló el reloj tan extraño se vuelve nítida tras tanto tiempo y vuelvo a escuchar claramente sus palabras pronunciadas tiempo atrás:

  • Querida, este reloj ayuda a aprovechar el tiempo y a no distraernos con minucias y cosas superfluas. Nos anima a disfrutar de la vida y no distraernos con cosas sin importancia.

Un nuevo comienzo me espera después de esos 48 minutos.

Recomendación musical: “La playa” de La Oreja de Van Gogh

Autor

Doctora en Derecho y Ciencias Sociales por la UNED, Licenciada en Derecho por la USAL, Máster en Derechos Humanos y Máster en Malos Tratos y Violencia de Género por la UNED. Técnica de proyectos en prevención y sensibilización en materia de igualdad, violencia de género y sexual.