Abrir las puertas de nuestro corazón

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puertas del corazon

En mi primer artículo para NOTICIAS Salamanca, quiero dar, brevemente, unas pinceladas de mi trabajo en República Dominicana y Miami.

Era el año 1975 cuando llegué a República Dominicana. Mi ilusión era grande, todo me parecía nuevo, radiante y casi de película. Sólo mis ojos, con un halo de pena en el fondo, denotaban que aquello era una realidad y no un sueño.

En República Dominicana trabajé en parroquias rurales y allí me encontré, en muchas ocasiones, con una realidad de extrema pobreza. Y veía a mi alrededor profetas de carne y hueso, gente de Dios, locos a lo divino. Algunos de ellos perdieron la vida en búsqueda de un mundo más justo y menos violento, donde se pudiera respirar menos odio, rencor y muerte.

En República Dominicana me golpeó fuertemente la injusticia y la muerte. No podía quedar insensible e impasible. Sentí una gran pena e indignación y me preguntaba el porqué de esas muertes inocentes. Mas no todo era noche en mi alma. Ni mucho menos. Cuando las sombras se adueñaban de los hogares, notaba que mis ojos se bañaban de esperanza, de esa esperanza activa en que llegaría un día en que todos esos pueblos quedarían limpios de sangre, de odio, y fueran preñados de amor y alegría.

Y después de trabajar 10 años en República Dominicana llegué a Miami. Me tocó vivir en un barrio de negros (de color se dice aquí) y seguí soñando como M. L. King, quien quería convertir los sueños en realidad.

Cuando permitamos que la libertad sueñe, cuando dejemos que sueñe desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, podremos entonces aproximarnos a ese día en que todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, podrán darse la mano y cantar un espiritual negro, ¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias, Dios todopoderoso, somos libres por fin

Y allí trabajé 16 años con los inmigrantes, en su mayoría latinos. Debido a las distintas situaciones de pobreza en Latinoamérica y África, la gente opta por “el sueño americano o europeo”. Muchos emigran a países más ricos, tras padecer incertidumbre, antes de emprender la nueva aventura que los llevará a algunos a la muerte y a otros a pasar toda clase de penalidades. Pero nada le importa a la gente que arriesga la vida, que gasta sus ahorros o se endeuda con tal de llegar a la tierra de libertad a costa de lo que sea.

Hay personas que sufren horriblemente sin otra opción de supervivencia que abandonar su casa huyendo, con el corazón destrozado y el alma rota, sin protección social, ni asistencia sanitaria, buscando en una extraña tierra un trabajo que les permita vivir. Quien deja su hogar, desgraciadamente, tiene que abandonar muchas cosas como tierra, cultura, costumbres, familia, y estar dispuesto, además, a arriesgar su vida.

¡Venid, benditos de mi Padre.., porque era forastero y me acogisteis” (Mt 25, 34-36) .

Acoger, hospedar a Jesús, es ya más que tenerlo en la vida y en el alma en un gesto intimista y piadoso. Acoger a Jesús es abrir las puertas de nuestros países a todos los emigrantes del mundo. De los gobiernos depende cómo hacerlo con orden y concierto, de nosotros depende la acogida, el compartir y creer que en ellos estamos acogiendo y hospedando al mismo Jesús. El rechazo, la cerrazón, el racismo y la dureza de corazón son las armas de destrucción masiva de miles de inocentes que se quedan atrapados en campos de refugio sin presente ni futuro. Ese es el pecado de desamor más grande de nuestros días y sin duda traerá consecuencias. ¡No endurezcamos el corazón!

Autor

Nacido en Blascomillán (Ávila). Carmelita Descalzo y Sacerdote. Licenciado en Espiritualidad. Estudió la carrera de música (piano y canto) en el Conservatorio de Madrid. Conocido internacionalmente por sus escritos, autor de muchos CDs y libros; colabora, además, en revistas y diversos medios de comunicación.