El poble salva el poble

- en Firmas

Ante la falta de coordinación y de organización de quien lleva la batuta, alguien tiene que tomar las riendas.

Pero esto debería ser algo secundario; algo que vaya en segundo plano, un complemento al trabajo de quienes tienen la responsabilidad de hacer y de decidir.

Se nos llena la boca (o se les llena la boca) hablando de protocolos, pero luego, cuando hay que ponerlos en práctica no son capaces, no lo ven necesario o vete tú a saber qué se les pasa por la cabeza a quienes se consideran sabios en todas las materias y ¡oh, todopoderosos! Y ahí está el golpe de realidad que les hace caerse de su pedestal y que nos arrolla a toda la población.

Miro con angustia hacia la zona del Mar Mediterráneo. Se me llenan los ojos de lágrimas pensando en mi familia y amistades. Y doy gracias porque no tengo que llorar por la desaparición y/o pérdida de alguien.

También doy gracias por la suerte que tengo de estar donde estoy. Por lo menos ahora.

Mientras relatan que las ayudan no llegan donde tienen que llegar, que se convierte en una “ciudad sin ley” (como dice mi tía), el pueblo se moviliza a pie o en bicicleta para llevar herramientas para limpiar y comida.

El poble salva el poble.

Al final es la sociedad entera quien “se arremanga” y sale de sus casas para echar una mano a las personas del pueblo de al lado que no corrieron la misma suerte.

Creo que, aún, no es el momento ni de hacer oposición política, ni de echarse culpas, ni de dejar de lado la empatía y sensibilidad.

Es la hora de actuar rápidamente, de organizar a los efectivos, de aceptar ayuda de otros lugares, de otras personas y pisar el barro (literal) para que llegue pronto la “normalidad”, se puedan valorar los daños y empecemos a trabajar en la reconstrucción de lo material y lo inmaterial.

Mientras algunas personas dan discursos desde algún lugar soleado y alejado del drama, la ciudadanía de a pie, con sus pocos o muchos recursos, está arrimando el hombro y ayudando con lo que tiene y puede a la gente que lo ha perdido casi todo.

De nuevo, hemos hecho de menos a la Madre Naturaleza, han obviado las advertencias de quienes tienen los conocimientos profesionales y expertos, no han cuidado los recursos y sufrimos las consecuencias.

Desprestigiamos lo social y la vida nos pone pruebas que nos dan en los morros y nos hacen ver que aquello que ultrajamos y despreciamos es lo que nos da soporte y ayuda, que la sociedad tiene que ser lo primero.

Nos demuestra que el capital, en muchas ocasiones, nos hace correr peligros innecesarios y que lo verdaderamente importante es el capital humano que, sin nada, hace mucho más que todo el dinero junto.

Filas y filas de personas con mochilas a reventar, con escobas y palas, caminando kilómetros para arrimar el hombro y poder limpiar, desalojar todo el desastre ocasionado.

En un tiempo habrá que hacer un verdadero y exhaustivo estudio para conocer cómo se podría haber evitado o paliado tanto destrozo. Pero, estoy segura de que se darán cuenta (aunque no lo quieran reconocer) que determinados recursos que pueden parecer “innecesarios” en un primer momento, a corto plazo son lo primordial, lo esencial.

Al final es lo de siempre: desde un despacho en las alturas, todo se ve estupendamente, pero hay que pisar el suelo, mezclarse con la gente, ser personas objetivas y reconocer que el poble salva el poble, que lo verdaderamente importante son las personas, que debemos cuidarnos y cuidar lo que nos rodea. Pero, sobre todo, que hay unos servicios sociales que nos tienen que proporcionar ayuda y protección y que la ayuda de la gente tiene que ser algo secundario.

Autor

Doctora en Derecho y Ciencias Sociales por la UNED, Licenciada en Derecho por la USAL, Máster en Derechos Humanos y Máster en Malos Tratos y Violencia de Género por la UNED. Técnica de proyectos en prevención y sensibilización en materia de igualdad, violencia de género y sexual.