LAS COSITAS DE JES: La ola de calor y los torneos

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Pues resulta que al finalizar la liga oficial de fútbol los niños juegan torneos para poder así estar entretenidos hasta la finalización del curso escolar. Pues bien. Les explico con detalle para que no pierdan el hilo de esta fabulosa historia propia de Walt Disney y los inigualables  Monty Python.

El otro día convocan a mi hijo, el mayor, porque tengo dos, de ahí lo de clasificarlo como el mayor, para un torneo en un pueblecito cercano a la capital. La verdad que en un principio he de reconocer que hasta me gustó la idea y ni corto ni perezoso decido por voluntad propia el acompañarlo al torneo. Me vengo tan arriba que hasta decido ir con mi hijo, el otro, el pequeño y así pasar los tres un fabuloso día lúdico festivo de estos que quedan en la retina del alma para el resto de los siglos.

Después de un precioso madrugón de estos que quita el sentido llegamos con una sonrisa puesta a la ubicación marcada por parte de los entrenadores. Nada más llegar me doy cuenta yo solito de que hemos acertado ya que era un campo de fútbol. Esto lo digo porque no seré ni el primero ni el último que llega con una ubicación a carreteras que se terminan y se divisa un majestuoso descampado…

Todo iba a las mil maravillas salvo una pequeña apreciación que yo y algunos de los padres que nos acompañaban se dieron cuenta. Las piscinas estaban cerradas. Silencio en la sala. Algo pintaba ya mal. Y no era por culpa de mi hijo, el pequeño. Digo esto porque en la convocatoria ponía claramente que lleváramos toalla y bañador. Eran las nueve de la mañana y ya arreaba un calor de treinta grados a la sombra. Ya lo decía mi amigo Brasero que venía una ola de calor que ríete de “Supervivientes”.

Unos lagrimones como las Cataratas del Niágara recorrían la cara de mi hijo pequeño al decirle que lo de la piscina ya mejor para otro día que hiciera más calor. Entiéndase mi ironía.

Bueno pues había que mirar hacia delante y distraer al pequeñajo mientras su hermano se pasaba todo el día jugando partidos. Efectivamente. Le di mi móvil.

Y así pasamos toda la mañana sudando como perretes ya que no había sombra alguna en ese campo de fútbol disfrutando a la vez que sudando viendo jugar a nuestros hijos al fútbol.

Mira. Eran las dos del mediodía y yo solo deseaba que los eliminaran para volverme a mi casa. ¡Que calor! Sólo pensaba en agua fresca de los molinos que bajan por las cascadas en pleno mes de Junio. A todo esto solo me quedaba un diez por ciento de batería en el móvil. Ojo. Que se avecina una catástrofe.

Llega la hora de la comida y resulta que el propio bar del campo de fútbol no tiene servicio de comedor y todos los restaurantes próximos estaban completos. Me quería morir. Aún así, y sin perder la media sonrisa me aproximo con mi hijo pequeño y unos amigos a un bar a las afueras del pueblo con cuarenta y dos grados como si de una peregrinación a Lourdes en pleno mes de Agosto se tratase.

Encantadores los dueños del bar que nos dieron hasta agua.

Armados de valor retomamos la actividad de por la tarde con más partidos de fútbol ya que mi hijo había conseguido clasificarse para jugar las semifinales. Cachis. Aún teníamos que seguir allí. Mi hijo el pequeño ya no podía con su alma, ni yo con él y me suplicaba un poquito de siesta. Al final me tuve que sentar cogiéndole a las afueras del campo para que el niñito se durmiera una horita. Tenía el culo molido y la gente al pasar me miraba esbozando una sonrisa y chismorreando: “Este es el papá que viene que con los dos niños”.

La verdad es que lo estaba disfrutando mucho igual que una rana sin cantimplora en el desierto. Al terminar el partido de semifinales me llega el disgusto. Habían ganado. Y la final se jugaba a las siete de la tarde. Me quería morir. Desde las nueve de la mañana allí.

No veía llegar la hora pero al final llego. Del pequeño ya me despreocupe creo que por motivos propios de una insolación no de ser un mal padre. Lo oía a lo lejos llorando como diciendo: “Donde cojones me habéis traído gañanes”. Y con razón.

El caso es que terminó la final con derrota y agarre a mi hijo pequeño que estaba subido a una valla, creo recordar, y nos marchamos hacia nuestro coche para así poder recoger al mayor y marchar felizmente a nuestra casa después de un fabuloso día en familia.

Me para un padre y me dice: “Espera que están poniendo los pódium para la entrega de medallas que será cuando termine el partido de mayores que se está jugando”. Ya lloré. Sólo quería regresar a mi casa con mis dos hijos. Qué vida tan injusta. No sé qué narices había hecho yo para merecer tanto castigo.

Al terminar volvimos en el coche los tres con cara de tontos y ya.

Moraleja: “Si vas a un torneo de fútbol no te pongas en lo peor, que lo peor ya me lo he comido yo”.

 

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