En los años 60, el acto transgresor que se entendía como revolucionario, era la quema de sujetadores reivindicando la libertad sexual de las mujeres.
Unos sujetadores que eran ortopédicos, casi, para que no se marcara prácticamente nada de nuestra silueta femenina y que, en la intimidad de una habitación propia o ajena, era motivo de placer masculino.
Posteriormente, en los años 80, lo transgresor era ver a Madonna encima del escenario con un sujetador picudo cantando sus provocadoras canciones.
El cuerpo de la mujer siempre ha sido (y lo sigue siendo) un campo de batalla, pues se disputan su propiedad personas, en la inmensa mayoría de los casos hombres, ajenas a dicho territorio.
El cuerpo de la mujer es moneda de cambio. Su posesión, su profanación era, y es, el modo de mandar señales de poder, domino y control a otras personas del “bando opuesto”.
Existía el derecho de pernada que permitía al señor de las tierras pasar la “noche de bodas” con la novia ante la mirada impasible y resignada del novio tras la ceremonia nupcial. Era como si el perro estuviera remarcando su dominio levantando la patita y, para ello, tuviera que poseer el bien más preciado de otro perro con menos poder y dinero.
En pleno siglo XXI hay personas que siguen pensando que los cuerpos de las mujeres no tienen más dueños que ellos y que nosotras somos las arrendatarias de los mismos y que nos permiten utilizarlos en nuestro día a día, con cuidado de no encariñarnos de él, pues tenemos que estar a su disposición sin rechistar y de forma solícita.
Cuando una mujer se muestra firme, segura, decidida, sabiendo lo que quiere o teniendo claro lo que no quiere, tiemblan los cimientos de esta sociedad patriarcal y los machistas machitos, o machitos machistas, salen de debajo de las piedras reclamando aquello que consideran que es suyo y poniendo el grito en el cielo cuando una mujer ha decidido hacer algo sin el consentimiento de éstos, pero que ellos mismos compran para su propio disfrute cuando les apetece y les pica en las zonas más bajas de la anatomía masculina.
Durante mucho tiempo, y aún en la actualidad, es como un mantra escondido bajo la presión social, pues nos han hecho avergonzarnos de nuestro propio cuerpo.
Hemos tenido que seguir lo que marcaban los cánones machistas, sin salirnos ni una miejita de ellos. Nos han hecho desconfiar de nuestra propia belleza innata, consiguiendo que nos metiéramos en la vorágine de cientos de productos de belleza para estar mejor, porque eso nos dicen; operaciones de estética para parecernos a aquellas otras que nos susurran que son el estándar de belleza.
Creo que, aún en este año, que una mujer decida cómo, cuándo y dónde mostrar parte de su cuerpo desnudo, sí sigue siendo un acto de rebeldía y de revolución.
Y es de una tristeza enorme que esto genere tanto revuelo, que se hable tanto de si realmente es un acto feminista o es producto del patriarcado. Y no somos conscientes de que esto significa que aún nos queda camino por recorrer para avanzar realmente, por si se tenían dudas, hacía la igualdad. Esto demuestra que la igualdad no es tan real como parece y que no se miden los mismos actos según el sexo de la persona que los ejecute.
El problema no está en la parte del cuerpo que se muestra, sino en los ojos que miran y cómo lo hacen. El problema está en la hipersexualización que nos rodea, pero sólo en el caso del cuerpo de las mujeres.
Recomendación musical: “Revolución” de Amaral.