Las cositas de Jes Martin’s: La cabalgata y los caramelos

- en Firmas
Jes Martns soldado

Pues resulta que el otro día al finalizar la cabalgata de Reyes vuelvo a mi domicilio con varias reflexiones sobre lo acontecido previamente y con una sensación raruna a la par que extraña.

Os cuento todo para que me entendáis lo mejor posible de forma sencilla y sin muchos alardes lingüísticos para su mejor comprensión.

Comienza el desfile. Hasta ahí todo maravilloso y estupendo. Niños gritando eufóricos. Padres gritando eufóricos al cuadrado. Abuelos gritando eufóricos por ver a sus hijos y nietos eufóricos. Ambiente de euforia colectivo. La cantante de Euforia también me pareció verla por ahí. Total, un ambiente de alegría máximo para recibir a sus majestades.

Se aproxima la primera carroza repleta de pequeñajos lanzando caramelitos de una manera fina y elegante que apenas llegaban a alcanzar los extremos de la vía donde nos encontrábamos. La salida en masa a por los caramelos más próximos caídos en la carretera  estaba clara y rápidamente se llena de niños y no tan niños que me obstruyen la visión del desfile y de forma sutil intento apartar esbozando una ligera sonrisa. Maravilloso espectáculo.

Es el turno de una segunda y tercera carroza donde los lanzamientos realizados por los niños que iban en ellas ya no eran tan finos y propiciaban algún que otro impacto en los cuerpos de los allí presentes. Aun así seguían quedando caramelos en la carretera que rápidamente desaparecían como si de billetes de cincuenta euros se tratasen por pequeños y mayores que parecía que no tenían suficiente con las bolsas del Mercadona que habían llenado con anterioridad.

Ojo al dato de la fuerza del lanzamiento de los caramelos que es importante.

Con la llegada de los Reyes se desbordó todo. Mira. Comenzaron a caer caramelos que aquello parecía la Segunda Guerra Mundial. Sonaban como auténticas balas que impactaban en los cuerpos de los que contemplábamos el desfile. Era tal la fuerza con la que se lanzaban que hasta yo mismo me protegí  a cual soldado en su trinchera. La gente por el suelo gritando. Yo intentando levantar a ancianos que se tiraban sin miramientos al suelo en busca de “El caramelo perdido”. Aquello era una situación bélica en toda regla en la que sólo me faltó ver a “Gila” con el teléfono diciendo eso de: ¿Es el enemigo? Que se ponga.

Tras unos minutos de lucha grecorromana todo volvió a la calma. En ese preciso instante contemplé a mi alrededor los daños colaterales producidos por aquella situación tan esperpéntica. Para los que no me entiendan realicé un giro de trescientos sesenta grados a cámara lenta como en las películas de acción con una reducción de sonido ambiente considerable y sonido de violines para dar más emoción al momento.

Y estas fueron las dos conclusiones que saqué de aquel acontecimiento: La primera, que la raza humana por naturaleza es capaz de hacer el mal hasta en momentos cargados de felicidad. Y la segunda, que qué bueno era “Gila”.

Moraleja:

“He nacido sólo y no había nadie en casa así que decidí ir a casa de la vecina para decírselo”. Eterno Miguel Gila Cuesta.

Autor

Humorista. Director de @lafactoriadejesmartins