Mi cuerpo es mío. Yo tengo el derecho de decisión. Yo elijo quién puede “invadirlo”, quién no puede ni rozarlo… Es MI cuerpo.
Podría decir que me ha costado años de terapia, pero no sería cierto. Quizás años de auto-terapia, de observar y estudiar, de leer a expertas y profesionales, de aprender a cuidarme y cuidar…
Cuando eres pequeña esperas que te protejan, que te cuiden, que te acompañen y te muestren aquello que está bien y lo que está mal. Estás aprendiendo. Estás aprendiéndote.
Cuando eres una niña no esperas que te invadan, que se aprovechen, que se apropien de tu inocencia y tu nulo conocimiento.
Otras épocas, otras enseñanzas, otros silencios que ocultaban tabúes que hacían peligrar la vida y la inocencia. Batallas que libras, sin saberlo, que hacen que en tu cabeza se acumulen las preguntas, las contradicciones, las ideas equivocadas. Batallas diarias que hacen que la evolución “normal” no sea tal y que tus sentimientos y emociones peleen por encontrar la salida a ese laberinto en el que te han introducido sin preguntar tu opinión.
Caricias a destiempo de personas que no te aprecian, sino que buscan su propio beneficio, su propio placer en cuerpos que desconocen el significado de esos actos.
Silencios que forman nudos en tu garganta y en el alma que ahogan y que se desatan cuando llegas a la edad adulta. Momentos en los que encuentras respuestas a todas las preguntas que te llevas haciendo desde años, aunque tu lógica no logre descifrar los porqués, pero sí puedas poner nombre a lo que sucedió.
Edad adulta en la que sigues callando por no hacer daño, por no darle importancia a algo que la tiene, por no remover aquello que sucedió hace tantos años. Años en los que no se hablaba de esos personajes que eran capaces de apropiarse de la niñez e inocencia de pequeños seres que sólo querían jugar y a los que les importaba una mierda el mal que estuvieran causando porque, únicamente, buscaban su placer “animal”, aunque los animales tienen más sentimientos que ellos.
Callas porque ya le has puesto nombre, has identificado aquello que viene a tu memoria de pronto, cuanto te cruzas con él. Aún no eres capaz de asumirlo y gestionarlo. Callas porque sabes el impacto que puede causar, la de preguntas que puede generar, la de reproches, sin querer, que pueden aparecer, la de gente que puede juzgar sin saber.
Porque, aún, a pesar de los años, sigue siendo algo incómodo, unas arenas movedizas que te tragan a cada paso, un boomerang estropeado que impacta en la diana y no vuelve al origen.
Porque, al contarlo, tienes que estar preparada para todo y, hay veces, que ni con el paso de los años lo estás. O que, aunque creas que eres fuerte, te haces bolita y tratas de desaparecer porque el nuevo escaparate del siglo XXI no tiene un cristal de contención, sino que los tomates y huevos podridos impactan directamente sobre ti.
Por eso hay que seguir trabajando de forma individual y conjunta. Ser sororas para apapachar a quienes dan el paso de romper el silencio y cantar para sanar heridas profundas con cicatrices infectadas por no haber curado bien.
Ser generosas y acompañar en esa superación del trauma y de sanación del alma.
No podemos olvidar que el agua es mucho más fuerte que una piedra por su constancia. Y sanar heridas conlleva mucho tiempo, esfuerzo, escucha y abrazos silenciosos.
Recomendación literaria:
- Tu cuerpo es tuyo de Lucía Serrano
- El consentimiento de Vanessa Springora