Cada guerra es una destrucción del espíritu humano. HENRY MILLER
No basta con hablar de paz; uno debe creer en ella. ELEANOR ROOSEVELT
El día 8 y 9 de mayo se rinde homenaje a todas las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, quiere ser una fecha para la reconciliación y para la paz, haciendo posible la creación de las Naciones Unidas para preservar a las naciones venideras de la guerra. Es un momento propicio para reflexionar sobre la paz, de resistir frente al cinismo que divide a las comunidades y nos presenta a nuestros vecinos como “los otros”. No debemos de tener miedo al encuentro con el diferente, del diálogo que ayude acrecentar la capacidad de escucha como paso para una nueva vida en cada ámbito de la justicia y del sufrimiento humano.
El siglo XX, ha sido el más sangriento de la humanidad, un siglo interrumpido de guerras, bien declaradas o encubiertas. Aunque desde 1945 han desaparecido del escenario europeo, han continuado en oriente próximo y en África, sin olvidar que, en determinados lugares, están relacionadas con tensiones en el marco mundial.
Debemos constatar que, en los conflictos actuales, las víctimas de las guerras no solo son los ejércitos combatientes, de forma exponencial ha ido aumentando las muertes de civiles, más desprotegidos por el nuevo armamento desplegado. Esto es todavía mayor en las zonas más pobres del planeta, con cientos de refugiados en campos del hambre. Huyen de sus países asolados por las guerras, el hambre, la miseria, las persecuciones políticas o religiosas o el genocidio, y en su huida atraviesan calamidades y extorsiones varias.
En muchos lugares se está dando un nuevo paso en la forma de hacer la guerra. Se vive en una zona gris, provocando una guerra híbrida, con la acción combinada de las nuevas tecnologías, violencia indiscriminada, terrorismo, desorden e intervenciones localizadas. En este nuevo marco, las guerras no se declaran, el ocultamiento y el encubrimiento, así como la indefinición del conflicto, queda totalmente desdibujada la línea divisoria entre la paz y la guerra.
El proceso de globalización y el libre mercado, con todas sus ventajas, también ha traído un crecimiento de las desigualdades económicas y sociales, no solo en el ámbito internacional, también en el interior de los estados, a pesar de la disminución de la pobreza extrema. Estas desigualdades son las que siguen provocando tensiones entre los estados, llegando a los diferentes conflictos armados. Vivimos en un abismo abierto marcado por la ausencia de una autoridad global capaz de evitar y resolver los conflictos y establecer una paz duradera. Parece que la globalización está avanzando en todos los aspectos de la vida, menos en el político.
La globalización está provocando fuertes cambios sociales, desigualdades, redefinición del trabajo, movimientos de población, multiculturalidad, que nos hace a todos más cercanos, pero posiblemente no más hermanos. Faltan instituciones políticas a nivel global que den consistencia a ese cambio de horizonte globalizado. Para comenzar, debemos superar nuestra cultura del autismo que clausuran los compromisos y las utopías, además de todo tipo de memoria de un pueblo de una cultura, para ello se debe poner como base el diálogo, la paz, el encuentro y la justicia. Lo que en pensamiento llamamos una paz positiva, asociada a la voluntad de cambio que alienta las transformaciones urgentes de las condiciones de vida de las mayorías más pobres.
Más allá de los conflictos y las guerras, debemos superar los escrúpulos teóricos y prácticos para llegar a un acuerdo sobre alguna forma determinada de justicia basada en la universalidad de los derechos. La defensa de los derechos humanos será siempre algo pendiente para todos, una cuenta inacabada. A los seres humanos se les reconoce el derecho a tener derechos si son ciudadanos de ciertos Estados, solo una minoría parece tener derechos y ese derecho se le sigue negando a gran parte de la humanidad.
En un planeta casi moribundo por la acción humana, hay una necesidad imperiosa de establecer una nueva conciencia para relacionarnos, que tenga como principio el amor y la misericordia, la justicia y el respeto a los derechos en el marco de una cultura de la paz. La base de cualquier derecho está en la intersubjetividad de una “ética compasiva”. El que sufre debe ser visto como un sujeto humano con exigencias de dignidad, donde la solidaridad y la justicia deberá ser el medio para eliminar barreras. Esta prioridad de la justicia pasa por globalizar una cultura de la paz y una ética mundial, que permitan refundar la sociedad con nuevos valores más solidarios.
El equilibrio entre la paz y la guerra es posible, pero no es independiente de la justicia social. No son suficientes la creación de mejores mecanismos de negociación y resolución de conflictos para evitar enfrentamientos. Vemos que los estados con una economía boyante y estable son menos susceptibles al conflicto social, político y bélico que aquellos más pobres. La paz no es ausencia de guerras, ni volver a la situación anterior, la paz está asociada a la voluntad de cambio que alienta las transformaciones urgentes de las condiciones de vida de las mayorías más pobres.
Es necesario partir también del pluralismo para favorecer una cultura del encuentro. Ésta se da en el reconocimiento de que hay diferencias legítimas, a veces muy acentuadas, pero elementos compartidos para construir una sociedad más justa en base a la paz. Esa pluralidad debe partir en reconocer el valor moral de la persona y su dignidad, haciendo posible el diálogo sobre la vida buena entre las diferentes visiones convocando a la justicia y a la solidaridad.