Corremos y no nos damos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor.
Corremos como si de un maratón se tratara y nos persiguiera un tiranosaurus rex porque somos su comida.
Corremos y no miramos a nuestro alrededor. Parecemos los burros de labranza a los que les tapan la visión periférica para que no pierdan el horizonte marcado.
Corremos y no somos conscientes de que nuestros actos desencadenan otros actos a nuestro alrededor.
Para un momento. Piensa. Analiza. Reflexiona. Actúa.
Corremos y se nos olvida que, quizás, somos el cabo de una trenza enorme que se está tejiendo a gran escala.
Corremos y, quizás, lo que hacemos nos una a otra persona que está a cientos de kilómetros de distancia y no lo sabemos.
Corremos en esta vida de locura como si tuviéramos la llave para detenerlo todo cuando nos interese.
Corremos sin darnos cuenta que la vida es única y hay que vivirla, hay que disfrutarla, hay que masticarla lentamente, para que no se nos atragante.
Se dice que sólo se vive una vez y pensamos que tenemos tiempo. Pero, en realidad, se vive todos los días y sólo hay una muerte.
Corremos sin mirar atrás, mientras seguimos trenzando sin saberlo, unidas a otras personas por pequeños actos que hacen que esa trenza crezca.
Corremos.
¿Y si nos detenemos para tomar conciencia?
Recomendación literaria: La trenza de Laetitia Colombani
Recomendación musical: Este tren de Rozalén