Y dicen que no pasa nada

- en Firmas
Procesion de San Roque Macotera 118

Hace tiempo que he decidido no leer un periódico; y no lo hago, porque nunca hablan de la gente; parece ser que, para los periodistas, la gente no es noticia. Y desde aquel día, que decidí no leer un periódico, me dedico a leer la prensa de la calle, de la gente que pasa a mi lado, del que trabaja detrás de un mostrador, del obrero que sierra una baldosa en la calle, de la funcionaria que está detrás del mostrador, despachando a la gente, como el camarero, el carnicero, el estanquero; del parado que lleva su mirada perdida en la desesperanza; del político que nunca está en paro, pero que saca tajada del paro para sus propósitos; del periodista servil y agradecido. Me paso grandes ratos hojeando a los paseantes de la plaza Mayor, que comentan y recitan la lección, que les dictaron a primera hora desde las ondas de una radio, sin percatarse de que lo están manipulando. Y de aquel, que pierde su mirada entre la gente, degustando un tarro de cerveza bajo la sombrilla de una terraza: y veo a la madre o al abuelo conduciendo a los niños a la escuela y que llevan en sus ojos la sonrisa de un futuro más alegre; y al más maduro, que disfruta con la cultura en la Universidad de la Experiencia, y que sirve también de estímulo a esa juventud, que busca una formación y un porvenir; y al pastor que apacienta a sus ovejas.

Lo leo todo de toda la gente, que me encuentro. Y cada una de la gente me dice muchas cosas, me cuenta su vida con sus preocupaciones, con sus desvelos, con sus agobios, con sus desencuentros familiares, con sus triunfos y fracasos, con sus alegrías y llantos, con la soledad de tantas cosas, que la gente se niega a compartir. Y me informan con la mirada, con el gesto, con las manos en los bolsos, con su paso cansino o nervioso: aquellos que siempre tienen prisa de llegar a ningún sitio, porque les falta tiempo y solicitan más horas, mientras a otros, les sobran todas; esos son los agraciados, los que no notan la crisis, los que siguen disfrutando a pesar de ella. Y, ya en el terrero doméstico. ¡Qué grandes noticias se cuecen cada día, que, incluso, hacen grandes las más insignificantes! ¡Y cuánta trascendencia tienen! Desde que te levantas y entras en el cuarto de baño a periponerte y aliviarte. ¿Te miraste, después, en el espejo? ¿A qué te pareces otra cosa?

Y, después, tomas el desayuno, y reanimas el cuerpo, lo fortaleces; y te vas a hacer la cama, esa cama, que haces y deshaces, ¡y cuántas cosas contiene!: desvelos, angustias, preocupaciones, ilusiones, esperanzas, insomnios y, ¿por qué no decirlo?: cuántos secretos de amor y de alcoba. Y abres la ventana, todo aquel trajín nocturno se airea y se disipa por las rendijas de la ventana, y vemos la vida de otra manera, con más ánimo, con más ganas, con más sacrificio, con más olvido, si cabe.

Y, luego, dicen que no pasa nada; que la gente del pueblo no da noticias, no produce noticias, y esto es así, porque se trata de una gente honesta, trabajadora, amiga de sus tareas, responsable, respetuosa, sacrificada por lo suyo y por lo de los otros; sabe convivir y respetar la libertad y la vida del otro; y estos valores y principios no son testimonio en este mundo de farándula y pandereta; por eso, no son noticia, ni tienen precio, ni ocupan sitio ni en la tele ni en los periódicos, no venden ni son lucrativos ni comerciales. Y con estas reflexiones al son del ordenador, me he olvidado de que estamos en diciembre, a lomos del frío y al calor de la lumbre, donde se desmadejan sueños, y donde se celebra, se valora y se reconoce la labor callada y desinteresada de la gente sencilla, en la Navidad.

Boletín informativo: Asociación Cultural «Amigos de Macotera», nº 200.

Autor

Maestro. Escritor e investigador. Realizó estudios de Historia del Arte en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Salamanca. Ha publicado varios libros sobre Macotera y comarca.