Yo soy “herencia del pecado”, según afirmó el señor obispo emérito Reig Pla en su homilía en Alba de Tormes. La verdad es que usted no merece ni que le llamen “señor”. Y como sus palabras me ofenden en primera persona, me siento en la obligación de escribir sobre lo que su mente retrógrada ha exteriorizado con tanta crueldad.
Es increíble que la iglesia, una institución tan grande y poderosa, permita que personas como usted, con una lengua viperina llena de maldad, se escondan debajo de una sotana que ni merecen, y apoyé este tipo de actuaciones que ni el mismísimo diablo aceptaría.
¿Cómo se atreve a decir esto en voz alta? Considero que el mayor discapacitado es este hombre que no demuestra ni ápice de bondad y «discapacidad» es una palabra que no me gusta usar, pero expresar que tiene una capacidad diferente sería un honor demasiado grande para referirme a su persona.
Resulta irónico que una persona como yo —a quien usted considera «herencia del pecado»— sea capaz de escribir este artículo dirigiéndome a su ser con educación, algo que, sinceramente, creo que este humano desconoce. No sé si alguna vez ha ayudado a alguien de corazón en esta vida, pero lo cierto es que nadie está libre de nada. Hoy soy yo quien está en una silla de ruedas a causa de una enfermedad rara, pero mañana podría ser usted. Y, cuando eso ocurra, las asociaciones que hoy ayudan a personas con capacidades diferentes también podrían ayudar a este señor. Sin embargo, no creo que sea merecedor de esa ayuda.
He leído hace unos días que ha pedido perdón. ¿Ha buscado en la RAE el significado de esa palabra? Porque, francamente, creo que le queda grande y que, en realidad, no la siente. Ese día dijo lo que le salió del alma.
Pues bien, las personas con capacidades diferentes, como es mi caso, vamos a llenar su vida de lecciones. Aunque probablemente nunca llegue a entenderlo, no somos «herencia del pecado» ni un desorden de la naturaleza. Muy a su pesar, somos un regalo de Dios.
Conozco sacerdotes maravillosos que sí representan la verdadera esencia de la palabra de Jesús. Pero usted, en cambio, debería ser expulsado de la Iglesia, porque ensucia su nombre con su sola presencia.
Yo, junto a todas las personas con capacidades diferentes y ciudadanos sanos, lo invitamos a que se retire por voluntad propia, y que no sea la sociedad quien termine provocando su expulsión.
«Las personas con capacidades diferentes somos, ante todo, personas. Y estamos plenamente capacitadas para muchas cosas que gente como usted, señor obispo, no sería capaz de entender»