La España vaciada

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vacas Terradillos

La verdad es que lo de ‘España Vaciada’, no sé si para ustedes también, pero para mí es una terminología relativamente nueva. Sin embargo, en mi vida tiene una significación especial, pues soy hijo de aquella generación que, aunque nació en municipios pequeños (pueblo lo llamábamos), en plena adolescencia tuvo que trasladarse a capitales grandes para buscar un futuro. No sé si un futuro mejor, pero sí un futuro, aunque durante muchos años siempre envidié a los hijos del pueblo. Aquellos que se quedaron con todas las tierras y el ganado. Aquellos que, por muchas lindes que hubiera en sus territorios, no tenían límites. Incluso a aquellos que se levantaban antes de que saliera el sol y se metían en casa con el ocaso. Aquellos que tenían que interrumpir los juegos para ir a ayudar a los tíos. Aquellos que se sabían todas las picardías… y nos las enseñaban. Nuestros primeros maestros. Hablo de aquellos para los que la televisión apenas existía, pero podían ver la vida en tiempo real. Es más, sabían y aprendían lo que era la vida, el esfuerzo y la satisfacción de contribuir a un mundo mejor.

Tenían una rutina que no tenía nada de rutina y con normas mucho más aceptables y llevaderas que las que imponían los horarios y el trabajo de aquellas capitales donde fueron los padres de muchos de los que estarán leyendo esto ahora mismo. País Vasco, Barcelona o Madrid fueron los puntos clave de los que ‘emigraron’ en busca del ‘maná’. Hubo municipios cuyos habitantes arraigaron en masa en Francia, Asturias, Suiza o Alemania. Y luego están los que tras trabajar a destajo un tiempo en algunos de esos países extranjeros regresaban a invertir en inmuebles o montar la tienda de ‘ultramarinos’ o de otros productos y tener una vida más cómoda con los ahorros que trajeron de Alemania o Francia, además de una pensión complementaria a la hora de la jubilación.

En mi caso, mi familia materna se partió en dos a principios del siglo XX. Dos hermanos de mi abuela marcharon a Argentina en busca de fortuna y ella y una hermana se quedaron en el pueblo. Un pueblo pequeño en plena Ramajería (siempre pensé que era arribeño, pero alguien que sabía más que yo me sacó de la duda. En cualquier caso, primos hermanos), donde mi abuela hizo su vida hasta que sus hijos fueron saliendo en busca de mejor fortuna. Mi madre recaló en Barcelona, donde conoció a mi padre, que era de un pueblo cercano al suyo, y donde formaron una familia que poco después regresó, como muchos, cual ‘hijos pródigos’ a Salamanca capital.

Pero para mis padres el pueblo siempre era un referente y una felicidad. Allí, cada verano, cada visita, se reencontraban con sus amigos de la infancia. Recordaban buenos y malos momentos, y revivían sus primeros años mientras nosotros seguíamos sus pasos iniciando nuestras primeras aventuras a escondidas con nuestros primos y con aquellos amigos que hacíamos (unos más y otros menos) para toda la vida, aunque a veces la vida es caprichosa y no te permite mantener la amistad.

Y siempre recuerdo una discusión recurrente con mi padre. Él siempre decía que le daba mucha pena que su pueblo estaba desapareciendo, que apenas quedaban quince personas y yo recuerdo siempre rebatirle con el hecho de que se marchara allí a vivir. Él que tenía oportunidad. “Si tanta pena te da, vete”, le decía yo con cierta altanería, como si yo fuera una especie de ser superior que tenía mi reino en la capital y como si esa vida en la capital fuera mejor que la que ‘mamé’ en mis primeros veranos. Pero cuán equivocado estuve siempre. ¡Oh, mísero de mí!

Aun así, es una opinión que siempre he tenido. Haz y no digas a los demás que hagan.

Desde hace algún tiempo he visto cómo se acuña ese término de España Vaciada como si fuera una necesidad recuperar espacios que han perdido su vigencia, como si el Estado tuviera la obligación de recuperar todos los pequeños municipios del mundo para que unos nostálgicos (muchos de ellos ni siquiera conocieron la época que le he recordado) puedan llevar a cabo sus anhelos. Siempre con el Estado a cuestas, como si fuera posible o necesario hacer un gran complejo hospitalario en cada lugar independientemente de los habitantes que tenga. Un centro médico, un ayuntamiento, unas pistas polideportivas (sin niños), un centro de día, un pabellón multiusos (para la paella del día del Patrón) y un largo etcétera de cosas imposibles de asumir para un municipio pequeño, pero también para el Estado. Por supuesto que los pueblos necesitan tener todas las atenciones, pero no creo que la fórmula que algunos defienden sea la correcta, ni creo que el Estado tenga capacidad para ello.

Al final, el otro día cuando mi hijo me preguntaba por un partido provincial y qué significaba, me armé de valor y, poniendo en debate mis propios principios democráticos para decirle que “eso significaba que había un señor anónimo que ahora va a estar cuatro años viviendo a costa de la política”, con como mínimo los gastos pagos e ingresos en base a reuniones parlamentarias y comisiones que, a buen seguro, le permiten vivir esos cuatro años sin necesidad de levantarse antes de que salga el sol, acostarse al ocaso, despertarse de madrugada cuando paren las vacas o escupir el polvo que se traga durante la cosecha, entre otras maravillas que ofrece esa España Vaciada que nunca se ve. La España Vaciada de verdad.

Y es que los prados segados son muy bonitos y verdes, pero hay que segarlos. Que los terneritos y corderitos son muy ‘cuquis’, pero hay que tratarlos cual bebés. Que los tomates y las sandías están más sabrosos que los del Mercadona, o del Día, o del Corte Inglés, Caprabo, Aldi, Gadis, Lupa…, pero que hay que sembrarlos, abonarlos, quitarles la hierba y regarlos. Que la leche recién ordeñada está muy sabrosa, pero que no compensa producirla cuando el beneficio se pierde por el camino. Que los huevos de esa España Vaciada son más amarillos y ricos, pero que no dan para aumentar la producción. Que los pollos de corral también tienen la carne más oscura, pero cuestan más de lo que valen.

Así podría seguir con un largo etcétera de lo que también es la España Vaciada y no sé si los que dicen representarla tienen en cuenta o son capaces de hurgar en sus heridas o si es esa la España a la que quieren pertenecer. Espero que esa España Vaciada que tan de moda está no sea tener una gran casa en un pueblo con gran lujo y pocos impuestos, porque entonces estamos haciendo un pan como unas tortas. Espero que la España Vaciada a la que se refieren sea mejorar las condiciones de los agricultores, ganaderos, personas mayores dependientes y todas las personas que todavía quedan en nuestros pueblos (y, a lo mejor, eso pasa por la concentración de municipios). Espero que presenten también alternativas asumibles que no sean sólo que el Estado haga, que el Estado pague, que el Estado subvencione. Si es así que nos las hagan llegar y trataremos de llenar España, pero de una forma razonable y asumible.

Que España merece darle una vuelta… Seguro. Que la sostenibilidad debe pasar por otros conceptos, seguro también, pero que a veces la teoría se olvida de la realidad, es un hecho que ojalá sea lo que algún día todos esos partidos que quieren convertir de nuevo a España en un ‘reino de taifas’, logren recoger todo lo expuesto con anterioridad.

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