MACOTERA: La procesión

- en Provincia
Procesión de San Roque en Macotera

He desandado ciento once años de la procesión de san Roque, y he comprobado que no ha perdido ni una panilla de su emoción, entusiasmo y alboroto: es tal cual como siempre. Y, para que vosotros podáis verlo igual que yo, he traído a colocación el escrito de don Gorgonio, que habla de ello.

“Cumpliendo con la misión que nos hemos impuesto de dar cuenta minuciosa y exacta de la fiesta de san Roque en el presente año (1910), vamos a tratar ahora de
uno de los hechos, que más han resaltado en ellos, que es con el que encabezamos estas líneas. A las diez de la mañana del 16, tuvo lugar una solemne misa y una elocuente sermón que, gracias a la iniciativa de los mayordomos, tuvimos el gusto de escuchar de labios del presbítero, señor Cajal, y terminados estos actos religiosos, salió la procesión de la iglesia, recorriendo las calles Beneficio (hoy Cardenal Cuesta), Plata, Santa Ana, Tentenecio (hoy Obispo Jaime), Alameda, Príncipe y plaza Mayor. Entrando después en la iglesia por la misma puerta, por donde había salido.

Nunca se ha dado una procesión tan concurrida y numerosa, ni acto religioso en el que tanto reine el entusiasmo y la alegría: más que una procesión religiosa era una verdadera manifestación de simpatías al glorioso san Roque. Apenas la procesión empieza a recorrer el trayecto antes dicho, cuando una docena de personas de diferentes edades, y todas ellas pertenecientes al sexo feo, rodean la imagen del Santo y empiezan a lucir sus habilidades en el arte de Persicore (dios del baile), embarazando la marcha del acontecimiento. Poco a poco, se va engrosando el número de bailadores y, cuando llegamos a la calle Tentenecio, era tal el número de estos, que fue imposible dar un paso. El Alcalde se desgañitaba dando voces ordenando que parase el baile, y el regidor, Taramona, sudaba la gota gorda por hacer cumplir las órdenes del Alcalde. Inútil empeño, los bailadores seguían en sus trece y no cejaban en sus propósitos, ni aunque lo hubiera mandado el Zar de Rusia.

Durante un largo rato, no se oía más que chascar de las castañuelas y el chillido de la dulzaina, que formaban buen contraste con el cantar grave y sereno del clero, que detrás del acompañamiento venía. Los gritos de ¡Viva san Roque! Se sucedían sin interrupción y los pitos y castañuelas sonaban más y mas. La procesión iba a llegar al término del trayecto, y ya la efigie del Santo tocaba en las puertas del templo, cuando una ola de gente se interpone y cierra el paso a la comitiva. Nuevas protestas de las autoridades, que, en esta ocasión, vieron el pleito mal parado y tuvieron el acuerdo de dejar al Santo en manos del pueblo.

El entusiasmo de este rayó el delirio. Las mujeres se subían a los carros para mejor enterarse del Santo, y agitando pañuelos le enviaban un adiós de despedida. Los hombres tiraban los sombreros en señal de regocijo.

Y Dimas, el matador,
gritaba con mucha sal:
dejármelo a mí bailar,
para que no me entre el torzón

Hubo alguno que dijo que lo dejaran allí provisionalmente, hasta que se corrieran los novillos, y no faltó quien se lo quiso llevar al encierro de las reses, caballero en un asno.

Ya va a entrar san Roque en el templo, cuando un hombre se interpone y dispara de memoria un himno o loa en su alabanza. Es el popular Berbique, un verdadero genio, según he podido colegir, mitad poeta, mitad autor, disfrazado de pobre jornalero.

Por fin, los ánimos se fueron apaciguando y san Roque pudo penetrar en el templo, a ocupar su reducida morada (en el altar del Rosario), no sin llevarse antes una parte del corazón generoso de este pueblo, que ve en Él, la imagen querida de sus recuerdos y tradiciones».

Autor

Maestro. Escritor e investigador. Realizó estudios de Historia del Arte en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Salamanca. Ha publicado varios libros sobre Macotera y comarca.