¿Son necesarios los bares?

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La España vaciada tiembla ante el cierre de los bares en los pueblos pequeños. Hasta los alcaldes se implican en muchos pueblos y dan ayudas para que puedan subsistir. Un pueblo sin bar es un pueblo sin vida o, lo que es lo mismo, un pueblo fantasma. En los pueblos pequeños, el bar es el punto de encuentro y cumple una función social.

He leído que en Castilla y León hay 780 pueblos sin bar. En España, 35 de las 50 provincias, tienen algún municipio sin bares, destacando: Burgos, Salamanca y Zamora.

En Macotera aún no llegamos a ese problema, pero hemos bajado de los 1000 habitantes y aunque han ido cerrando bares todavía se mantienen 3 ó 4. Tan importante como el colegio, el ambulatorio, “La Serrana”, Internet, que son servicios indispensables, también los bares son esenciales, evitan el aislamiento y la soledad, un mal que cada vez afecta a más personas. La gente después de misa ya no se queda hablando en la puerta de la iglesia como antiguamente, y menos la juventud que ni siquiera va. ¿Cómo quedarnos sin el recorrido de los vinos las mañanas de los domingos con los amigos o con los hermanos, y la partida de dominó de la tarde? Y no es por el vino o la cerveza que puedas beber, es perder la costumbre de siempre: el encuentro con los amigos o con quien esté en el bar, porque siempre habrá alguien con quien charlar o discutir.

Al final de los 50 del siglo pasado en Macotera se contaban entre 6 ó 7 bares, claro que había más de 3.000 habitantes. Los bares eran casi un monopolio de los Ponderas: Moreno, Pedro, Cele y Emiliano. Todos eran grandes profesionales y buenas personas. Se parecían hasta en el vestir, siempre con sus monos azules y sirviendo el vino en jarras de barro de azumbre. Los domingos por la mañana recorríamos todos los bares. Se ponía a escote un dinero y uno hacía de tesorero e iba pagando. Empezábamos por El Moreno, después al bar de Pedro y a continuación al de Emiliano que estaba en la esquina de la calle Santa Ana. Dábamos la vuelta y veníamos a las Cuatro Esquinas donde se encontraba el bar de Cele. Bajábamos la cuesta de don Jaime y cerca de la esquina estaba el bar de la Fachenda.

Normalmente aquí terminábamos, al Café de la Plaza no se solía ir hasta después de comer a tomar café y no siempre, la paga no daba para tanto y había que reservar para el baile o el cine. Solo se bebía vino, en jarras de barro y “a palo seco”. En los sesenta empezaron los pinchos, el típico palillo con una aceituna y una anchoa. La ronda la hacíamos en pandilla, de hombres, por supuesto. Las mujeres no pisaban los bares, ni siquiera el café. Era costumbre ir cantando en grupo y los que destacaban cantaban en solitario. Recuerdo Agapito “el Parra”, Manolo “el Tango”, Juan “el Sacristán”, Antonio “el Resti”, varios “Piros”. Cantaban de todo; imitaban a Manolo Caracol, Pepe Pinto, Juanito Valderrama, Antonio Molina y a muchos más, pero por Rafael Farina no había nadie que se pudiese comparar con Juanito el Comenencias. Cuando cantaba Vino Amargo, retumbaba en todo el pueblo.

Esta foto está sacada en la puerta de la Fachenda un domingo por la mañana. Esas chicas venían de dar un paseo por las eras, medio en bromas, nos pidieron si las invitábamos. Nos acompañaron, tomando un vino blanco ante las miradas inquisidoras de los presentes, que miraban como si estuvieran cometiendo un delito. Como consta en la foto corría el año 1962.

Como han cambiado los tiempos y las costumbres! Con 18 ó 19 años el bar que más frecuentamos era el de la Fachenda. La señora Antonia había sido amiga de muchas de nuestras madres y, a veces, nos regañaba, -decía- ¡cuidado, no bebáis mucho, que se lo digo a vuestras madres! Nosotros reíamos y le decíamos ¡Señora Antonia que así arruina el negocio!

  • (Los bares: espacios de socialización imprescindibles y antídotos contra la soledad y la despoblación)

Gene Losada Comenencias

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