Aprendimos a convivir con el Covid

- en Salud
ministra Darias vacuna covid

Aprendimos a convivir con el COVID, a tratar con él, qué mejor amigo tan raro nos regaló la vida. Tan visible e invisible a la vez. Sibilino y cruel como una serpiente, que quiere modernos con maldad.

No se ha ido, sigue entre nosotros, pero hemos aprendido a convivir con él. Hoy, en el baúl de mis pensamientos, recordé mientras me quitaba la mascarilla, que aún uso para ir a mis sesiones de fisioterapia. Que todavía mueren personas y no deberíamos olvidar tan rápido. Porque omitir el uso de la mascarilla no implica que dejemos de ayudarnos unos a otros.

En la actualidad, son nuestros héroes. Silenciosos, quizá solo lloran refugiados en el interior de su alma, su presente no está inerte, su cuerpo vive y lucha. Por eso con este microrrelato que he recuperado de aquellos días tan difíciles, intensos, la unión del mundo entero. Deseo llegar a vuestro corazón y recordaros lecciones de una cruel pandemia, que ni yo quiero olvidar.

Porque entre mis recuerdos navego y observo que juntos hemos apaciguado las olas de un mar embravecido.

— ¿Estás triste, Sara?

— Sí, Nerea.

— ¿Por qué Sara?

— Por el coronavirus.

Su amiga Nerea sonrió desde el balcón de al lado, donde ambas aplaudían cada día a las 20:00 h.

— No tengas miedo, no podrá con nosotras, solo es un virus que además de hacer enfermar a la gente está dando lecciones de lo verdaderamente importante de la vida.

— ¿Lecciones? Preguntó su amiga extrañada.

— Sí, Sara lecciones.

Primero: exaltó la bondad de la humanidad.

Segundo: el amor que todos tenemos por la vida.

Tercero: la solidaridad de gente que ni conocemos.

Cuarto: este aplauso mundial.

Quinto: un país unido por sobrevivir a una pandemia.

Sexto: somos fuertes, muy fuertes.

Séptimo: ahora sabemos realmente el valor de la familia y amigos en nuestra vida.

Octavo: la humildad de todas las personas.

Noveno: no perder el tiempo en cosas banales y disfrutar cada minuto con la gente que queremos.

Décimo: decir «Te quiero»  a menudo.

Su amiga Nerea percibió el miedo en su mirada. Fue entonces cuando un gesto de amor las unió para siempre. Esa misma mañana, Nerea, había conseguido una mascarilla para ella. Dijo: espera, entró en su casa y salió con una red de pescar que alargando su brazo consiguió que llegará al balcón de su vecina Sara. Ella la miró extrañada, en el interior de esa red estaba su mascarilla.

—¡Cogedla! Gritó con euforia.

Sara arrimó la mascarilla a su corazón, sus lágrimas recorrían su rostro de emoción.

— ¿Sigues triste?

— No, respondió Sara GRACIAS, amiga.

Esta narración por supuesto que no es real, solo una invención de mi corazón. Pero ojalá sirva de lección para que no perdáis la sonrisa.

Cuando leáis mi historia decidle a vuestros familiares y amigos: «Te quiero»

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