La Alberca y las epidemias a finales del siglo XVIII

- en Salud
La Alberca

No es malo que, en este tiempo de crisis sanitaria, ocasionada en todo el mundo por la pandemia del corona
virus o COVID-19 (afortunadamente, ya remitiendo en buena parte, gracias a las vacunas y al paso del tiempo), hagamos una pequeña cala en la historia, para relacionar La Alberca con epidemias ocurridas en los siglos pasados y, sobre todo, a finales del siglo XVIII, momento histórico en el que, sobre todo, nos centraremos.

De niño, escuchaba, de labios de mi abuelo Pablo, que San Sebastián había librado a La Alberca de “la peste” y que por ello se le tenía una gran devoción. Yo no entendía cabalmente el significado de lo que mi abuelo me decía.

Además, escuchaba (y la memoricé) que, en una de las estrofas de la alborada de San Sebastián, se decía dirigiéndose
al santo:

“En el año dieciocho,
nos libraste de la peste;
válganos tu intercesión
a la hora de la muerte.”

Después, terminaría sabiendo que “la peste” de la que hablaba mi abuelo y la copla de la alborada de San Sebastián no era otra cosa que la llamada “gripe española”, una pandemia que, iniciada en 1918, terminaría con la vida de muchos millones de personas en todo el mundo.

Pero, en otros momentos de la historia, ni La Alberca ni los albercanos y albercanas se libraron de los estragos que las epidemias causaban. Tengamos en cuenta que, desde la Edad Media –recordemos la tan temida “peste negra” del siglo XIV, que diezmó el continente–, Europa y, por tanto, también España, fue sufriendo distintos tipos de epidemias, de modo periódico, prácticamente hasta hoy mismo.

UN DOCUMENTO ALBERCANO DE FINALES DEL SIGLO XVIII

Se conserva, en el Archivo Histórico Provincial de Salamanca, entre sus protocolos notariales relativos a La Alberca, un significativo documento, para entender y concretar el motivo del trabajo que estamos abordando aquí: el de la relación del pueblo con las crisis sanitarias a finales del siglo XVIII.

El día 5 de junio de 1791, se reúnen en la “sala capitular de ayuntamiento” las autoridades de La Alberca y muchos de sus vecinos. Unas y otros se enumeran por sus nombres y apellido (entonces casi todos tenían uno solo, según costumbre de la época). Constituían las autoridades entonces las siguientes personas:

  • Alcaldes: Manuel Maíllo de Juan y Antonio de los Hoyos y Huebra.
  • Regidores: Juan de los Hoyos de Manuel y Manuel Calama de Pedro.
  • Procurador síndico general de su común: Antonio González Pabón.
  • Y consistoriales que componen el ayuntamiento: Manuel Vicente Gómez, Josef Pérez Calama, Francisco Gómez de Vicente, Manuel Díaz, Josef González de la Mora, menor, Josef de los Hoyos de Antonio, Santiago Gómez de Santiago y Bernardo del Puerto.

Y, además de tales autoridades, asistieron a tal reunión dieciocho vecinos. ¿Cuál era su motivo? No era otro que otorgar un poder a tres albercanos –Joseph de los Hoyos, Juan del Puerto y Juan Antonio Pies– “para tratar
y escriturar sobre nuevo encabezamiento”.

¿Qué era esto, en qué consistía? Pues no en otra cosa que en negociar una rebaja (“para el arreglo”, se indica) de todo tipo de tributos con los que había de contribuir La Alberca a la monarquía.

Y se enumeran los siguientes tributos: “todas rentas provinciales de alcabalas, cientos, millones, fiel medidor, servicio ordinario y extraordinario, cuota de aguardiente y demás derechos”, conforme al real decreto de 29 de junio e instrucción provisional de 21 de septiembre de 1785.

La Alberca dependía, para la contribución fiscal, de Plasencia. De ahí que a los tres hombres albercanos, a los que el concejo y vecinos del pueblo dan su poder, hayan de ir a Plasencia a negociar que se arreglen o afinen tales tributos con “el Sr. D. Francisco García Pascual Ambrón, administrador principal de dichas rentas de la ciudad de Plasencia y su partido, en que es comprendido este dicho lugar” de La Alberca. Y, en tal negociación en la ciudad cacereña, concreten, a la baja, claro está, “la cantidad total que debe pagar a su majestad”.

Y ¿por qué pide La Alberca que se disminuyan o rebajen sus tributos a la corona? También en el escrito de poder, para el que se reúnen las autoridades y vecinos del pueblo, se nos da la respuesta, que no otra que por motivos económicos y sanitarios. Estas son las propias palabras del pueblo, para justificar la disminución de tales tributos a la corona:

Por “la diminución tan notoria que tiene este vecindario, minoración de sus cosechas, producciones, tratos, comercio y granjerías, con vista de lo calamitoso de los tiempos y las enfermedades y peste que ha habido en el
pueblo por el dilatado tiempo de tres años”.

Esto es, debido a las enfermedades y peste que ha sufrido el pueblo a lo largo de tres años, han disminuido tanto las producciones agrícolas, como las comerciales, los tratos y todo tipo de intercambios. Observaremos que es lo mismo que está ocurriendo hoy, en todo el tiempo del estado de alarma, debido a la crisis sanitaria del COVID-19.

La Alberca, por tanto, a finales del siglo XVIII, a lo largo de tres años (que estarían comprendidos, posiblemente, en el lustro que va de 1785 a 1790), sufre enfermedades y peste, que hacen que su producción decaiga y que se pasen grandes necesidades, que llegan incluso hasta la carencia de alimentos.

Estas son las consecuencias –según el propio documento que citábamos más arriba– de tal crisis sanitaria y económica: “viéndose los naturales escasos de alimentos en tanto grado que tuvieron que ocurrir a su majestad,
que Dios guarde, para que le suministrase una limosna para ayuda a salir de tan penosa miseria, por morir algunos de necesidad por las ningunas facultades que tenían y con dicha enfermedad quedar muchas casas cerradas por el gran número de almas que murieron: y, enterado, hasta dos veces socorrió al pueblo, valiéndose su colector general de expolios y vacantes del reino para ello”.

Las gentes pasan incluso hambre; mueren no pocos vecinos y muchas casas quedan, por ello, cerradas. Es una crisis sanitaria – que, muy posiblemente, afectaría también a otras áreas españolas, peninsulares y hasta europeas– que padeció La Alberca, a finales del siglo XVIII, sobre la que no teníamos noticia, hasta el rescate del presente documento, y que traería hambre, enfermedad y muerte, además, por todo ello, de disminución de los vecinos y de cierre de varias casas del pueblo.

LA SALUD PÚBLICA EN ESPAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII

Pero, para entender y contextualizar cabalmente esta crisis sanitaria que, a finales del siglo XVIII, padeciera La Alberca, con sus secuelas económicas y sociales, hemos de ver cuál era la misma situación en nuestro país en el indicado siglo.

A lo largo del siglo XVIII, la enfermedad era un elemento constitutivo de la vida social española. Había desaparecido la peste en sí, es verdad, pero la población española sufrió y se vio afectada por varias epidemias –acabamos de hablar sobre la albercana de finales de siglo– que tuvieron importantes repercusiones demográficas, sociales y económicas, además, claro está, de las sanitarias.

Como indica Gerard Jori –a quien seguimos en este punto–, en su interesante obra ‘Salud pública e higiene urbana en España durante el siglo XVIII. Una perspectiva geográfica’ (Barcelona, Universitat de Barcelona, 2012), a lo largo de ese siglo “se producirían otras crisis generales de mortalidad, que no harían sino confirmar la estrecha relación existente entre la difusión de las enfermedades infectocontagiosas y la persistencia de la pobreza, que llevaba emparejado el trágico acompañamiento del hambre.”

Las palabras del concejo y vecinos albercanos que hemos citado más arriba corroboran lo que indica el geógrafo catalán, van en el mismo sentido: la crisis de mortalidad, debido a las enfermedades infectocontagiosas, llevaban aparejada la pobreza y el hambre.

¿Y cuáles eran tales enfermedades infectocontagiosas que padecía la población española en el siglo XVIII? Una de ellas era la c, ya conocida desde la Edad Media, y que fue la enfermedad más mortífera del siglo XVIII. Se dice que se llevó la vida de unos sesenta millones de europeos, a lo largo de dicha centuria. Afectaba sobre todo a la población más joven: seis de cada diez fallecidos tenía menos de tres años y más del noventa por ciento era menor de diez años.

Pero otras enfermedades diezmaban también a la población adulta. Se dice que el XVIII –jugando con la expresión a él aplicada de “Siglo de las Luces”– bien podía haber sido denominado como el “siglo de las fiebres”, pues las distintas dolencias epidémicas agrupadas bajo esta etiqueta aparecieron de continuo a lo largo y ancho de la geografía española, constituyendo las principales causas tanto de la mortalidad como de la morbilidad.

En este sentido, se suelen distinguir entre fiebres pútridas, que aparecen fundamentalmente en el verano, como pueden ser las tifoideas y otras similares; y fiebres catarrales, que se presentan más bien en la etapa invernal y que englobarían las gripes, tuberculosis, bronquitis, bronconeumonías y pleuresías.

Estas son algunas de las fiebres epidémicas que padeció España a lo largo del siglo XVIII y que, casi seguro, también afectaron a las gentes de La Alberca y fueron las causantes de buena parte de su mortalidad. La persistencia de tales dolencias y sus trágicas secuelas explican, en buena parte, –y aquí volvemos a citar a Gerard Jori– “la persistencia del hambre, la miseria y la mendicidad, que contribuyeron a extender todo tipo de calenturas.”

Sabemos que la epidemia de fiebres tercianas más mortífera que tuvo lugar en España a lo largo del siglo XVIII fue la de los años 1780. Y, a lo mejor, por la fecha del documento albercano al que hacemos relación en este trabajo, pudo afectar también a nuestros paisanos de aquella época.

Pero también estaban la fiebre amarilla (conocida como vómito negro) y otras varias enfermedades epidémicas, que afligieron a la población española del siglo XVIII, como el tifus exantemático (o tabardillo), la disentería, la fiebre tifoidea, la gripe, la tuberculosis, el sarampión, la escarlatina y la difteria (o garrotillo); algunas de las cuales las hemos citado ya.

Y, en fin, –para rematar con el contexto español y hasta europeo, y comprender mejor ese documento albercano, de tipo sanitario, pero también económico y social–, sabemos que, a lo largo del siglo XVIII, hubo, al menos, tres pandemias europeas de gripe y todas ellas llegaron a España: en 1729-1730, 1732-1733 y, ya más tarde (y esta pudo haber motivado el documento albercano citado más arriba), en 1781-1782. Como indica Gerard Jori, “su mortalidad no era muy elevada y … la mayoría de las defunciones correspondían a personas ancianas o que ya estaban enfermas con anterioridad.

CODA

Ahora que ya parece que –ante esta pandemia extendida por todas las latitudes de nuestro planeta desde finales de 2019 hasta hoy mismo– estamos comenzando a ver la luz de salida de un túnel que ha provocado muertes, tragedias familiares, crisis de la economía, pérdidas de trabajo, colas llamadas del hambre… y otras varias catástrofes, que han hecho y están haciendo sufrir a toda la humanidad, es bueno tener en cuenta que todos los seres humanos y las comunidades y sociedades de que forman parte han estado sujetos –y lo seguiremos estando, cuidado– a los efectos catastróficos de las pestes, epidemias, pandemias o cualquier otro nombre que le queramos dar.

Hemos traído a colación las fatales consecuencias, económicas, humanas y poblacionales e incluso urbanísticas, que sufrió La Alberca, a finales del siglo XVIII, debido a las enfermedades y a la peste, como en los documentos se indica. No estamos exentos nosotros tampoco de tales perniciosos efectos –como hemos comprobado y seguimos comprobando, con el COVID-19–, pese a creernos que vivimos en sociedades super-avanzadas y tecnocráticas, tan autosuficientes y orgullosas, tan individualistas y egoístas, que de continuo parecen estar desafiando a los propios
cielos.

JOSÉ LUIS PUERTO, Premio Castilla y León de las Letras

Autor

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