El término ‘chemsex’, proviene del británico y surge de la fusión de las palabras ‘chems’ (abreviatura de ‘chemicals’, lo que hace alusión a los fármacos y a las drogas) y ‘sex’, relacionado con lo sexual.
Se trata de un tipo de práctica sexual que lleva consigo el consumo previo de drogas, y está vinculada principalmente a la cultura sexual gay. Estos estupefacientes se consumen con fines sexuales, lo que origina largas sesiones de sexo, que pueden prolongarse durante horas, o incluso días.
La sesiones de chemsex puede ser entre dos, tres, o un grupo de personas, pero también puede practicarse en solitario. Hay quienes lo realizan visionando material pornográfico o interaccionando online con otros usuarios, como por ejemplo, a través de cámaras web.
Aunque como norma general, esta práctica suele tener lugar en casas particulares, también se puede dar en diferentes negocios dirigidos al público gay, como saunas, clubs de sexo, hoteles, fiestas en locales privados, locales con cuartos oscuros, festivales que disponen de áreas específicas para practicar sexo o incluso zonas de cruising o encuentros sexuales al aire libre.
Pero en el chemsex no se incluyen todas las drogas. Las sustancias de elección, las vías por las que se consumen, el circuito por el que se adquieren, la duración de la actividad, el número de parejas sexuales que pueden llegar a participar, la prevalencia de infecciones de transmisión sexual, etc, son diferentes en cada uno de estos contextos.
De esta manera, entre las sustancias que se consumen con más frecuencia en las sesiones de chemsex se encuentran el éxtasis líquido (GHB/GBL), mefredona (y otras catinonas), cocaína, poppers, metanfetamina, ketamina, speed, MDMA y varios fármacos para favorecer la erección. Además, es muy habitual el policonsumo.
Las vías por las que se consumen estas drogas son muy variadas. El consumo inyectado es minoritario, aunque, ciertamente, es el que presenta mayores riesgos para la salud y es conocido como slam o slamming.
Estas sustancias, consumidas en un contexto sexual, pueden hacer que el consumidor se llegue a sentir completamente excitado, eufórico y desinhibido. Resulta un problema porque puede generar dificultades a la hora de poner límites, rechazar parejas sexuales, o incluso abandonar la propia sesión sexual. En ocasiones se pueden dar dinámicas que ponen en riesgo la salud de los practicantes.
En España, el chemsex es una práctica que vive predominantemente en núcleos urbanos grandes, como Madrid o Barcelona, donde existe una comunidad gay relevante.
También está presente en los destinos turísticos más populares entre el colectivo gay, como Torremolinos, Maspalomas, Sitges, Ibiza, Valencia… etc.
Según la encuesta europea EMIS 2017 sobre conductas sexuales, dirigida a hombres gais, bisexuales y otros hombres que tienen sexo con hombres, en el caso de España entre los hombres que habían tenido relaciones sexuales en los
últimos 12 meses, el 14,1% había usado drogas estimulantes para que el sexo fuera más intenso o durara más tiempo en ese periodo y el 7,6% lo había hecho en las últimas 4 semanas.
Todo esto sumado a la frecuencia de practicar el chemsex sin protección con diferentes parejas sexuales, lo que aumenta el riesgo de contraer infecciones de transmisión sexual (ITS), como el VIH o la Hepatitis C.
El chemsex ha traído consigo sobredosis, suicidios, adicciones, problemas de salud mental, agresiones sexuales, y además puede tener un fuerte impacto en la salud y bienestar sexual. En personas con el VIH, algunas drogas pueden presentar interacciones con el tratamiento antirretroviral. Se han descrito igualmente impactos negativos en el rendimiento profesional o académico, en la vida social y afectiva de los consumidores, e incluso problemas legales y económicos.