Libro «El último paseíllo», por José Luis Diaz

- en Toros
Corrida de toros 18 de septiembre 148

Llegó a la capital salmantina después de vagar por tierras andaluzas. No terminaba de acoplarse al carácter andaluz y allí se encontraría más a gusto. Se las había tenido que ingeniar para ganar unas pesetas. Iba muy temprano a la estación de ferrocarril y ayudaba a trasladar bul-tos y equipaje a la gente que venía muy cargada. Así fue sacando un dinerillo para los gastos más elementales; sobre todo para meterse algo en el estómago, porque lo de tener que dormir a la intemperie le preocupaba menos. Había pasado tanto frío en los lugares a los que el destino le había condenado desde su niñez, que no notaba mucho el cambio de uno a otro. Ya se había acostumbrado a dormir bajo un soportal. Incluso sobre un banco si la climatología no eram uy adversa, por lo que valoraba más que nadie que, desde luego, en la decoración había salido ganando; no se podía comparar el techo azulado, lleno de estrellas y constelaciones, con aquel otro de la nave donde dormía, demasiado gris y agrietado.

Con la comida le pasaba lo mismo: se había habituado a comer tan poco desde pequeño que ahora, cuando a veces podía comerse una patata asada con mucha sal, ésta le parecía el más apetitoso de los manjares. Aún no había conocido a nadie desde su llegada a Salamanca. Pero tampoco esto le preocupaba mucho, porque había sido siempre un solitario. Sí, había reparado en un chiquillo al que llamaban Manuel, de flaca fisonomía, cuerpo fibroso y cara agraciada que, como él, siempre estaba merodeando por Las Torres y Novelty. Ambos acudían a estas cafeterías a la caza de cualquier información que les orientara sobre algún tentadero, pero nunca se había dirigido la palabra. Cada uno se guardaba el secreto del posible tentadero localizado. Al fin y al cabo, cuantos menos maletas hubiera en la plaza, a más tocarían los presentes. Pero últimamente no cazaba uno ni de chiripa. Desesperado, buscó a Manuel por los sitios donde acostumbraba a verle, para preguntarle si sabía dónde se celebraría algo próximamente.

Había observado que por las noches, cuando le veía dando vueltas a la Plaza Mayor, siempre llevaba algún rasguño en la cara o el pantalón roto, signos inequívocos de que aquel chico con cara de mosquita muerta se las arreglaba para torear la mayoría de los días. Cuando por fin dio con él y le abordó, notó cómo dudaba Manuel en confiar su preciado secreto a un posible rival. Pero como la soledad es muy jodida debió de pensar que ya era hora de echarse un amigo. Con la revelación de aquel secreto tan valioso le ganó para siempre, y más cuando le dio los nombres de tres fincas donde se celebrarían tentaderos a la semana siguiente. Se quedó tan asombrado que no pudo por menos de preguntar: ¿Y tú cómo te enteras de todo eso?…

Fragmento del libro «El último paseíllo» de José Luis Díaz.

Autor

Equipo de redacción de NOTICIAS Salamanca. Tu diario online. Actualizado las 24 horas del día. Las últimas noticias y novedades de Salamanca y provincia.