La trinchera infinita. Un muletazo por bajo en el que el vuelo es sutil, casi inerte. Mirar para decir adiós con el dorso. Cintura encajada y mirada firme. Esbozar sin ejecutar, solo soñar. Ritmo desde el cite, leve. Barbilla al pecho, y temple. Tomar la tela en una embestida dulce. Parar el tiempo mirando el encuentro, saborearlo. Las izquierdas mandan, paso adelante y mano en cintura. Un equilibrio imposible ante el balanceo. Una explosión pura frente a la suavidad. Un pasaje efímero, eterno. Cuerpo escondido esperando el encuentro. Ese momento por el que el boleto ya ha merecido la pena. Tres segundos de gloria. Medio pase y a la vez completo. Nunca tan breve, nunca tan pleno. El rojo arrastrando y el negro entregado. Enroscarse, mezclarse, fundirse. Pasar y llegar el desplante. Una suerte que revive, y que te parte. Un quejío sordo. Geometría y estética, arte. Una danza de los dioses hecha carne. La belleza de una suerte que es y será mil veces cartel. La aparente facilidad en un remate que a veces parece no tener final. Un recuerdo para el alma. Un bocado de foie.
Juan José Díez – Revista Lances de pluma y pincel – 17 de septiembre de 2022.