El cine quinqui: un género de crítica social que dejó cadáveres a su paso

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Tras cuarenta años bajo la Dictadura, la transición a la democracia en la segunda mitad de la década de 1970 trajo consigo el despertar de nuevos y desconocidos derechos y libertades. Esta etapa estuvo representada por el nacimiento de varios movimientos artísticos y culturales en los que la música sin duda tuvo un papel protagonista. Pero no todo era de color; el terrorismo, la entrada de la heroína en el país, y con ella, el auge del sida fueron problemas que convivían con nuestras generaciones pasadas día a día y que perduraron hasta finales de los 90.

Sin duda, aquellos que lo veían más de cerca vivían en los suburbios de las ciudades. Eran personas que sufrían exclusión social a causa de sus casi nulas capacidades económicas y que se dedicaban a los hurtos para sobrevivir.

Así es como nace el cine quinqui, un género cinematográfico que pretende darle voz a esa cara B de La Movida, y que trata temas como la delincuencia juvenil, las drogas o el amor. Este estilo no ponía su empeño en lograr una estética visual o un guión increíbles; su objetivo era ser lo más fiel posible a esa realidad que se intentaba ocultar. Es por esto, que el cine quinqui fue un género cinematográfico muy vinculado a lo social. Sus actores habitualmente no eran profesionales, sino jóvenes que salieron de las calles y que se interpretaban a sí mismos en los filmes.

La música también jugó un papel crucial dentro de esta corriente. El rock urbano se establecía sobre todo en los barrios más proletarios de las grandes ciudades como Madrid, y era consumido, principalmente, por los jóvenes que vivían en estos lugares y que provenían de familias humildes y obreras. Por esta misma razón, este tipo de música fue introducida en el cine quinqui. Era la música que realmente escuchaban los protagonistas de los filmes. Además, el rock también estuvo ligado al consumo de drogas, lo que provocó el final de músicos como el batería de Tequila: Manolo Iglesias, Pedro Antonio Díaz, batería de Los Secretos, o cantantes como Antonio Flores o Antonio Vega. En 1986 comienza el declive de La Movida Madrileña y es entonces cuando la rumba comienza su máximo auge. Será el estilo más cercano al cine quinqui, representado por bandas como Los chichos, Los chunguitos Rumba 3. También participaron grupos de rumba catalana como Peret, Antonio González «El Pescailla», Gato Pérez o Los Amaya.

En este contexto condicionado por las drogas, muchos de ellos se quedaron por el camino. José Luis Manzano, José Luis Fernández Eguia (conocido como «El Pirri»), Lali Espinet, José Antonio Valdelomar o Sonia Martínez, fueron solo algunos ejemplos de tantos estrellas que sufrieron un trágico final.

Indudablemente, Eloy de la Iglesia fue el gran director del cine quinqui, dirigiendo películas emblemáticas del género como Navajeros, de 1980, (protagonizada por José Luis Manzano), Colegas, de 1982,(en la que destaca la aparición de Antonio y Rosario Flores) o El pico (1983) y El pico II (1984).

Otra película icono de esta época fue Yo, el Vaquilla (1985), dirigida por José Antonio de la Loma y que cuenta la historia de Juan José Moreno Cuenca, mayormente conocido como El Vaquilla.

Este género tuvo su declive a final de los años 90.

Gracias a las cámaras de estos directores, hemos podido llegar a conocer los márgenes de la sociedad de la transición y por ello han envejecido tan bien.

Más tarde, ya en la era de los 2000, surgirá el cine neoquinqui, un género cinematográfico más moderno que pretende imitar al original. Carlos Salado, director icono de esta nueva tendencia explica su fascinación por el cine ochentero de Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma.

De esta corriente surgen películas como Criando ratas (2016), 7 vígenes (2005) o El mundo es nuestro (2012), entre muchas otras.

 

Autor

Grado de Comunicación Audiovisual por la Universidad de Salamanca, Máster de Comunicación y Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela.