El verdadero escudo

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Pongamos que hablo de un lugar, Pontevedra; un día, el pasado domingo, una hora, las 14.25. El equipo local y el Salamanca UDS acababan de empatar a un gol, un resultado que, mientras daba el ascenso casi matemático a los gallegos (algún día les hablaré de una de las claves de su éxito), al Salamanca lo situaba al borde del descenso a Tercera RFEF. Ahora, el conjunto charro no depende de sí mismo sino que debe ganar el domingo en el Helmántico al Compostela y esperar que se produzcan varios resultados. No me permitan que le diga cuáles son porque la cabeza no me da, pero seguro que buceando por Google lo encuentran.

Pero regresamos a los aledaños de Pasarón. Un vehículo con tres o cuatro pontevedreses eufóricos se detiene junto a un grupo de aficionados del Salamanca que esperan el autobús de regreso a Salamanca. Los hinchas locales, en mitad de su alegría se dirigen a los charros para darles ánimos. “El año que viene os toca a vosotros”, dice uno de los jóvenes. “Mucha suerte”, señala otro. Los aficionados charros agradecen el gesto de confraternización.

Son Susana; Jonathan; Inma; Andrea; Pablo; Sergio; Juanjo (a éste le conozco bien pues fue compañero mío); el padre de un chico del filial; un matrimonio que conozco de toda la vida del Helmántico y que se quedaban en Pontevedra un par de días más; Lucas, un niño de unos diez años, junto a su padre; una familia al completo; una pareja de jóvenes novios ataviados ambos con la equipación del equipo charro ,… Así hasta sumar más de 50 que llenaban un autobús, además de otros que se sumaron allí al grupo: Zico y alguno más.

Por un momento me hicieron recordar al primer desplazamiento masivo de esta última etapa del club. Creo que fue en Regional de Aficionados a Simancas, pero recuerdo que ese mismo año se sacó autobús para varios lugares más. Lo cierto es que la mayoría de las caras habían cambiado, por no decir todas. Pero, al final, el sentimiento era el mismo. La diferencia es que aquel era un equipo ascendente, que acababa de subir de Provincial y rubricaba casi matemáticamente su ascenso a Tercera y el del domingo pasado es un equipo que no ha sido capaz de tomarle el pulso a la categoría y que va camino de regresar a Tercera.

Pero en ambos buses se respiraba el mismo sentimiento. Gente que ama Salamanca, que ama su escudo por encima de todo, que tiene ilusión por vivir algún día lo que la ciudad vivió y quiere hacerlo con el escudo de la UDS y en el Helmántico, donde a lo largo de su vida, la mayoría han vivido tardes de gloria. Uno de ellos me confesaba que había asistido al partido inaugural del Helmántico, allá por 1970.

Conozco mucha gente que no comparte el proyecto (es cierto que habría que definir proyecto) del Salamanca UDS, gente que cree que la Unión Deportiva Salamanca desapareció para siempre aquel 2013 y creen que lo mejor es poner un punto y final. Conozco a muchos de ellos que han iniciado otro camino. Tienen todos mis respetos, porque conozco su sentimiento hacia la UDS, probablemente el mismo que los aficionados del Salamanca UDS, que consideran que ese escudo y ese estadio deben seguir vivos. Pero jamás entenderé el ‘pique’ ni deportivo ni de otra índole. Cada uno debe seguir su camino respetando al otro.

El viaje a Pontevedra fue una auténtica locura. Casi 900 kilómetros en apenas dieciséis horas, con el partido de por medio, un partido donde esos cincuenta y pico aficionados no pararon de animar con el bombo y las banderas y cánticos de apoyo al equipo. Un equipo al que, por cierto, como ya sucediera en el partido anterior, no se le puede reprochar nada. Hicieron lo que pudieron. No pudieron ganar, pues enhorabuena al rival y a pensar en el siguiente partido. Pero ese es el camino, un equipo que de la cara con sus armas, con sus posibilidades.

La vuelta fue un poco más incómoda, más larga, incluso más triste. Dio lugar al debate, un debate del que no me voy a hacer eco porque lo que se hablara en él se debe quedar en él. Sin embargo, sí me quedó una cosa clara. Tal y como dijo el propietario del club, el club era suyo. El estadio también. Nada que reprochar, y no tengo la más mínima duda de que su afán ha sido siempre el de hacer las cosas bien y que la ciudad disfrutara con el equipo. Probablemente el que más haya perdido haya sido él. Le supongo un enorme sentimiento.

Pero también tengo clara una cosa. El verdadero sentimiento de la UDS, el que se mantiene vivo, es el de esa gente que llueva, nieve o haga frío, sigue alentando (cada uno en la medida de sus posibilidades) la ilusión de volver a vivir lo que un día les hizo feliz. A esos que, en Primera, en Tercera, en Regional o donde sea, aman sus colores. En este caso del Salamanca UDS, pero me da igual del equipo que sean. Desde aquí, mis respetos a todos esos aficionados que se dejan la voz en cada partido, en cada campo, en cada jugada de sus equipos, que sufren, que ríen, que lloran y que, a veces, dan lo que no tienen para que sus equipos puedan llegar a lo más alto. Al resto, a los que van a enmerdar, a los que no respetan las reglas de la deportividad, lo dicho, que se vayan por ahí.

Autor

Periodista y comunicador. Licenciado por la Universidad Pontificia de Salamanca.