En el 1890 abría Don Laureano Mezquita en la zona de Canalejas un modesto negocio de ultramarinos, expendeduría y un pequeño bar donde se servían vinos y bebidas de la época. Una vez que Laureano pudo se cambió de ubicación a Gran Vía donde conseguiría consolidar su negocio.
Laureano trajo a Salamanca a su sobrina Celia Tomás Mezquita, la trató como una hija y a su vera le daría un futuro próspero. Celia desde que tuvo uso de razón estuvo trabajando al lado de su tío y se puede decir que ha sido una de las mujeres más trabajadoras de nuestra ciudad porque no abandono su negocio hasta los últimos días de su vida, a la edad de 95 años. Celia con una cabeza privilegiada y un trato al público al que lo cautivaba cuando entraba en su negocio supo mantener una clientela fiel que pasó de generación en generación y que hoy en día siguen pasando por el estanco regentado por su nieta Susana.
Una vez que fallece Laureano y con el cambio de leyes le deja el negocio a su querida sobrina Celia y ésta haría lo mismo con su nieta Susana Diaz Rodriguez
A Celia le quisieron dar diferentes premios, ella renunció porque pensaba que sería igual de feliz con premios o sin ellos, ahí quedó pendiente de entrega el premio al mérito al trabajo que nunca quiso recoger.
Su trabajo de estanquera fue su vida y con el mismo cariño y respeto se lo transmitió a su hijo Paco. Este estuvo al lado de su madre durante décadas y ambos consolidaron esa profesionalidad que ha sido transmitida a Susana, actual gerente del establecimiento situado en plena Gran Vía, 14, frente al edificio de Correos.
Visitar el estanco es un continúo trasiego de público, clientes fieles que se dejan asesorar por profesionales que buscan dar la mejor calidad y producto a todos los pasan por su establecimiento.
Este estanco hoy por hoy es uno de los negocios más antiguos de Salamanca, ahora en manos de la cuarta generación con Susana al frente. No es fácil encontrar negocios con más de 100 años de historia en nuestra ciudad y en manos de la misma familia. Como salmantina es un privilegio contar con empresas como estas.
Hablar con Paco, hijo de Celia y padre de Susana, es acércanos con un repaso rápido a historias singulares que hablan de su madre y tío abuelo.
Paco también se acuerda de lo diferentes que eran los tiempos en los que el estanco no se limitaba sólo a vender tabaco y productos alimenticios, en sus comienzos con Laureano tenían todo tipo de productos a la venta.
Paco me comenta que por el estanco han pasado artistas, toreros, médicos, catedráticos, escritores, y una variopinta clientela y que en esta legendaria expendeduría número 16, se han juntado fumadores de puros en improvisadas tertulias. Paco recuerda la época en que se vendían los cigarrillos sueltos, algo impensable ahora que está todo regularizado y su precio no para de subir. Destaca las tres modalidades de su consumo a lo largo del tiempo: los puros, la picadura y el cigarrillo empaquetado.
Susana destaca el trabajo realizado por su padre y abuela, en este estanco. Dos generaciones que han estado siempre detrás del mostrador y han forjado lo que es en la actualidad un negocio consolidado.
Es, sin duda, uno de los estancos más frecuentados de la ciudad por su ubicación y por el trato que dispensan a sus clientes.
La sociedad ha cambiado mucho y ahora en un estanco se venden más cosas que tabaco. De esta manera dan respuesta a la demanda de los clientes, explica Susana.
Hace décadas el tabaco más vendido fueron Celtas e Ideales, tabaco que prácticamente ya no existe. En la actualidad, tiene cada vez más salida el tabaco para liar, por su precio. Malboro sigue siendo la marca que más demandada y otras como Nobel, Celtas Cortos o Fortuna han perdido su protagonismo.
Un negocio por el que parece que no ha pasado el tiempo y que conserva los matices y vivencias de más de un siglo.
Le deseo a Susana larga vida a su estanco.