Cuando cumplimos años y nos vamos acercando a la quinta o sexta década de nuestra vida, nos damos cuenta que hemos vivido más años de los que posiblemente nos quedan por vivir.
Y eso, nos puede poner tristes.
Pero una cosa te digo, tiene su lado positivo.
Disfrutamos de la vida de otra manera, con otra perspectiva.
Ya que estamos de vuelta de muchas cosas, y nos afectan las que de verdad importan.
Por otro lado, nos volvemos más melancólicos y nos ponemos más “tontorrones” cuando nos acordamos de… aquellos maravillosos años
Supongo que habrá gente a la que muchos de esos recuerdos le den igual y no le afecten.
A mí sí…
Y a menudo me sacan una sonrisa y me dan un pellizquito en el corazón.
Cuando escucho esa canción que bailaba en la discoteca con el chico que me gustaba.
Empezaba a sonar la música lenta y todos sabíamos que era el momento de los “agarraos” y eso me convertía en una auténtica ave rapaz en busca de su presa.
En cuanto le fichaba junto al altavoz, iba hacia allí andando como si nada a ver si había suerte y me sacaba a bailar.
Y si sucedía buahh, esa noche no dormía de la emoción.
Cuando hojeando una revista o viendo la tele, veo una imagen de los dibujos que veía “en mí época”.
De los Pitufos, Dragones y Mazmorras, de los Diminutos o de los Fraggle Rock.
Al instante me viene a la cabeza la música y letra de cualquiera de ellos.
Y si estoy sola, no la tarareo, que va… la canto a grito “pelao” porque aún me acuerdo de las letras… ¡Me las sabía todas!
Recuerdo los sábados por la mañana que a pesar de no tener cole, madrugaba sí o sí para ver el que para mí, ha sido el mejor programa infantil de la televisión: “La bola de cristal”
Ahora, a mis casi cincuenta tacos, cuando veo alguna imagen de ese programa, me doy cuenta que muchas de las cosas que salían no las entendía, pero me mantenía pegada a la tele con la boca abierta durante toda la mañana, disfrutando con los Electroduendes, Alaska y la Bruja Avería.
El paso del tiempo.
De niños, no somos conscientes del paso del tiempo.
Los días, meses y años, ¡¡duran mucho más que cuando te haces mayor!!
Me explico…
Yo recuerdo mis veranos eternos.
De pequeña he tenido la suerte de veranear en San Sebastián y aunque el verano duraba exactamente igual que ahora, tres meses, lo disfrutaba y exprimía tanto y estaba todo el día haciendo cosas, que cuando este acababa, tenía la sensación de que hacía mucho más de tres meses que había terminado el cole.
¡¡Ojalá tuviera ahora esa misma sensación de veraneo eterno en mis mini-vacaciones!!
Recuerdo con cariño, mientras la producción de saliva va en aumento, los bollos riquísimos, y nada sanos, que vendían en la panadería que había junto al colegio.
Principalmente era tres, los reyes del recreo:
El Triángulo: Un bollo con forma de triángulo, de ahí su nombre… que tenía, sin exagerar tres dedos de ancho y estaba recubierto de chocolate.
Por más que abriera la boca, no me daba para morder un trozo.
¡¡Qué cosa más rica por favor!!
El segundo en el ranking era el Cuerno: Un bollo con forma entre cuerno y caracola, que estaba relleno y bañado también de chocolate.
Pero la cubierta, a diferencia del triángulo era de chocolate blanco y con leche.
Vamos, un manjar de los dioses.
Y el tercero, pero no por eso menos importante, el Pepito de crema:
Un bollo alargado relleno de crema, cubierto por encima de un chocolate con exceso de azúcar pero muy muy rico.
¡¡Este era mi favorito!!
Los tres eran una bomba de calorías, y aunque el Pepito se sigue vendiendo, es casi un delito comerlo.
Lo bueno es que cuando eres niño, las calorías te las pasas por el arco de triunfo…
Pero no todos los recuerdos son agradables ¿eh? las cosas como son…
Los calcetines de perlé calados, que a mi madre se le ocurría ponerme para la comunión de turno.
Las mujeres de la familia decían:—Oy, oy, oy ¡Qué mona va esta niña!
Si, si muy mona, pero los calcetines del demonio se los “comía el zapato”. Vamos, que se iban resbalando hasta que se enrollaban en la planta del pie.
Y por mucho que me los volviera a subir, a los cinco minutos estaban igual de “comidos”.
¡¡Qué suplicio, por favor!!
Lo peor para mí era que no me dejaba correr a gusto.
Pero desde luego lo que sí me saca la sonrisa y un poco los colores, porque éramos un rato horteras, es la moda de los 80.
Hombreras enganchadas a la tira del sujetador.
Americanas confeccionadas con telas imposibles de mirar.
Calentadores a lo Jane Fonda, por encima de los pantalones.
Flequillo cardado desafiando a la gravedad.
Y sin duda el invento del concepto de “más es más y cuanto más mejor”
Echar la vista atrás y recordar las cosas que nos han marcado, a veces cuesta, porque no siempre son buenas.
Pero quedémonos con lo bueno y lo divertido, que es lo que nos sacará siempre una sonrisa.