De pronto, escucha unos golpecitos en la puerta. No se ve nada a través del cristal porque ha bajado el estor tanto de la puerta como de la ventana grande para evitar la mirada de las personas curiosas que se pueden agolpar. No sería la primera vez que descubre unas cuantas cabezas pegadas al cristal escudriñando el interior del local.
Se sacude el polvo de las manos en el delantal y camina hacia la puerta, escuchando el tintineo detrás de ella junto a las pequeñas pisadas que llevan acompañándola toda la mañana por toda la estancia.
De nuevo, vuelve a escuchar los pequeños golpes, cada vez más insistentes, en la puerta.
Cuando la abre, descubre a seis naricillas rojizas al otro lado, quienes, impacientemente, pelean por entrar provocando un alboroto que da por finalizado la tranquilidad y el silencio que reinaba.
- Cuidado, chicas, me lleváis por delante- les dice.
- ¡Qué frío hace hoy! – dice Ali, la mayor- Tardas un poco más en abrir y nos convertimos en carambanitos.
- Mira que eres exagerada.
- Tía, tía, ¿dónde dejamos la comida? – pregunta Nuri.
Alba, mientras se quita la bufanda, le hace un gesto a su prima para que la siga.
¿En qué momento se ha hecho tan mayor?
Con la delicadeza que la caracteriza, con ese aire de princesa guerrera, se va con su primar Nuri hasta el despacho.
Se acabó la tranquilidad y el silencio. Aunque Raquel lo piensa, es incapaz de no mirar con orgullo a sus sobrinas.
Todas acuden al despacho para dejar los abrigos, las bufandas, los gorros y los guantes.
Despejan una mesa, colocan un mantel y unas servilletas, y abren las cajas de las pizzas.
En menos de un minuto están devorando la comida que han traído entre risas y parloteos. Se ha convertido en una tradición desde hace un par de años.
Cuando terminan, cada una se pone su delantal y salen del despacho dispuestas a colaborar en terminar de decorar lo que queda de la tienda.
Alba, toda zalamera, se acerca a su tía y le hace una carantoña, le da besos mientras la abraza.
- Quita, anda – le contesta Raquel riéndose
- Ve con Nuri a colocar las bolas que van en la estantería, detrás del mostrador. Pero, tened cuidado no se rompa ninguna, ¿de acuerdo?
Las dos primas sonríen y van en busca de la caja donde están las bolas más bonitas que han visto nunca. Se entienden a la perfección y enseguida están manos a la obra sacando y colocando bolas.
Elsa y Laia, las más inquietas y saltimbanquis, se disponen a colocar lo que ellas llaman “velas de mentira” en los escalones, las cuales se encienden en cuanto tocan el suelo. Después, sin que les digan nada, continúan poniendo el espumillón en la barandilla del piso de arriba.
Emma, con sus rizos y sus gafas de brujilla, mira a su tía esperando que le dé algo que hacer.
- Chicas, nosotras tres tenemos una tarea muy importante – les dice Raquel a Emma y Ali
- Me han enviado una réplica de un globo de no recuerdo qué película o libro y tenemos que colocarlo, con cuidado, en aquel rincón de allí, al lado de la puerta. Está muy mustio y necesita un toque de nuestra magia. Después, me queda por decorar el rincón de los piratas.
- ¿Voy a por la escalera? – pregunta Ali.
Raquel asiente y empieza a abrir la caja que contiene el globo. Emma se lleva la mano a la nariz porque un estornudo, a consecuencia del polvo, se empieza a formar y está a punto de salir. Se lleva el brazo a la cara para amortiguar lo que pueda brotar y, de pronto, unos polvos de color dorado salen con el estornudo, cayendo encima de su tía.
- No me voy a quitar esto en días- dice Raquel mientras se atusa el pelo.
- Lo siento – dice Emma entre risas.
Ambas mueven la nariz en un gesto innato y parecido. Se miran y sonríen.
Poco a poco, a un ritmo constante, entre risas, estornudos, bromas, la estancia va tomando el color que Raquel quería.
Las más pequeñas, después de colocar los espumillones y las “velas de mentira”, se han sentado en un rincón, enfrente de una estantería y han estado colocando libros sin parar. De vez en cuando se detenían a echar un vistazo a alguno y, si no les gustaba, lo devolvían a la caja.
Las medianas colocaron las bolas detrás del mostrador con sumo cuidado. Hacen un gran equipo y apenas se tienen que decir nada porque sus miradas expresan mucho. Acompañaron a las pequeñas colocando otros libros y, cuando se cansaron, se dedicaron a colocar las bolsas y el papel de regalo que se morían de aburrimiento en el despacho.
Una vez colocado el globo en el techo, las tres se pusieron en fila con los brazos en jarras y contemplaron cómo les había quedado. Se miraron orgullosas del trabajo hecho.
El rincón pirata también les había quedado muy aparente. Faltaba la bandera pirata y el mapa de Willy el Tuerto que Raquel no lo encontraba por ningún lado.
El tintineo que se había callado durante largo rato, volvió a escucharse. Entonces, Laia apareció con una tela negra de la mano.
- Anda, que si no lo llego a encontrar yo… – les dijo tendiendo la tela a su tía- Es que no sabéis buscar.
La pequeña era una marisabidilla con una labia que te dejaba pasmada. Le tendió la tela negra a su tía, mientras, con la otra mano, se quitaba un mechón de pelo que le molestaba en el ojo.
De pronto se escuchó un ¡plof! y una voz que dijo: no he hecho nada.
Elsa asomó la cabeza por detrás del mostrador, con la nariz totalmente roja, pues había descubierto las pinturas para la cara que utilizaban para el pintacaras.
- Pareces, Rudolf, Elsa- dijo Ali entre risas.
El mapa de Willy el Tuerto se había caído al lado de Elsa. Lo recogió del suelo y se lo dio a Ali para que lo colgara en su sitio.
- Me muero de hambre- dijo Ali.
- Sí, ahora merendamos, tranquila. Eres un pozo sin fondo- le dijo su tía.
El tintineo se volvió a escuchar, pero esta vez en el despacho. Un olor a chocolate caliente empezó a inundar toda la tienda.
- ¿Se puede saber qué hacéis ahí, como unos palos, mirando una bandera pirata? – preguntó una voz desde el piso de arriba.
- ¡¡¡¡ROSA!!!- gritaron todas.
Corrieron a su encuentro subiendo las escaleras con gran estruendo. Raquel se quedó abajo, sonriendo y recogiendo con la escoba los restos de cartón que habían caído.
Con calma, comenzó a subir los escalones mirando como sus sobrinas y su hija parloteaban sin parar apoyadas en la barandilla.
Todas se pusieron en fila, apoyadas en la barandilla, salvo Elsa y Laia que agarraron dos barrotes y asomaron sus caritas entre ellos.
Este año parecía que se habían esmerado muchísimo más. La tienda había quedado maravillosamente bien.
Se miraron todas con una sonrisa dibujada en sus rostros y, sin decirse nada, movieron con entusiasmo sus naricillas y cerraron los ojos.
Cuando los abrieron, parecía que el cielo lleno de estrellas había entrada en la tienda y se había posado en su techo.
El escenario que se les presentaba, era, irremediablemente, mágico.
Continuará…