Después de un largo mes de diciembre parecía que iba a llegar la tranquilidad a “Prácticamente perfecta”. Sólo faltaba un último empujón y volvería a reinar la calma. O no. Nunca se sabía qué iba a pasar en esta librería mágica.
Esa tarde, antes de dar por finalizada la jornada laboral, tuvo un momento de respiro entre la marabunta de gente que se acercaba buscando el último obsequio, el último consejo literario o la última felicitación por el nuevo año.
Había tenido la última narración cargada de decenas de sonrisas de mayores y pequeñas personitas que la miraban con excitación y nerviosismo, justo antes de ir a ver a sus majestades los Reyes de Oriente.
Quedaba media hora para cerrar y Raquel estaba detrás del mostrador colocando tickets, anotando encargos, viendo las últimas novedades y buscando reliquias para su disfrute personal.
La campanilla se escuchó y ella levantó la vista.
- Buenas noches ya – dijo una voz- Siento venir tan tarde. De verdad que lo siento mucho, no me gusta porque estarás cansada. Pero es que me han hablado tan bien de esta librería, que no podía marcharme de la ciudad sin conocerla y comprar algo.
- Buenas noches – contestó Raquel con una sonrisa- No te preocupes. Pasea sin miedo por la librería. Disfruta de la calma que hay ahora, es cuando mejor se está. Si necesitas que te ayude en algo, no dudes en pedírmelo.
Sus ojos se encontraron y ambos sonrieron. Había algo especial en sus miradas.
El hombre paseó tranquilamente por la librería, se detenía ante alguna estantería y sacaba algún libro.
Raquel seguía a lo suyo, intercalando vistazos al ordenador con envolver algún libro pendiente que dejaba en un cesto de mimbre que tenía junto a ella y donde, un cartel, rezaba “encargos de última hora”.
De pronto, pequeños copos de nieve comenzaron a caer. Raquel miró hacia arriba y sonrió. Un tintineo se escuchó en el interior del bolsillo de su delantal.
El hombre levantó la mirada del libro que estaba hojeando y jugó con los copos que desaparecían antes de llegar al suelo.
Ella comenzó a recoger los libros que habían quedado en el sillón, algún papel de regalo que había iniciado una excursión hacia la chimenea o algún envoltorio de caramelo que había decidido no meterse en la papelera.
Cuando se dio la media vuelta, tenía al hombre detrás de ella con un par de libros en una mano y, en la otra, una pluma.
- Me llevo esto. –le dijo con una sonrisa de oreja a oreja- Este libro llevaba buscándolo mucho tiempo y, fíjate, lo encuentro aquí, a última hora. – Miró hacia el techo y dijo – Esto es magia.
- Eso dicen- contestó Raquel acercándose al mostrador- ¿Los envuelvo para regalo?
- Sí, por favor. Las tres cosas.
Raquel empezó a envolver con delicadeza los dos libros y la caja con la pluma.
- ¡Achís! – un estornudo interrumpió la tranquilidad del momento- ¡Achís! – un segundo estornudo hizo que detuviera el trabajo.
- ¿Te has resfriado?
- No creo – contestó con una sonrisa- Bueno, esto ya está.
Sus estornudos habían llenado de polvo dorado el papel de regalo que contenía los libros que había seleccionado el hombre, quien pagó lo que había comprado, miró a Raquel y de nuevo sus miradas se encontraron y algo en ellas llameaba.
- Muchas gracias. Volveré, estoy seguro. – se ajustó la bufanda alrededor del cuello- Este sitio es fantástico. Tiene algo que le hace especial. Y no hablo de estos copos de nieve.
Raquel bajó la mirada, sonrío y le contestó:
- Que tengas una noche mágica y que tus sueños se cumplan.
Se quedó sola, en silencio. El tintineo se dejó de escuchar, pero había una luz dorada que salía de algún lugar. Se escucharon unas pequeñas pisadas por la tienda que corrían de una estantería a otra, unas risitas en el piso de arriba.
- Bueno, ha llegado el momento de cerrar, colocar y esperar a los Reyes Magos. Creo que, por hoy, ya hemos cumplido.
Movió la nariz, la luz se volvió más tenue, se candó la puerta y se bajaron los estores.
Raquel entró en el despacho a dejar los cuadernos, la caja y recoger los restos de comida que no le había dado tiempo a guardar.
Después, tranquilamente, se sentó en el sillón, al lado de la chimenea donde aún crepitaba el fuego, cogió su cuaderno y lo abrió por una página cualquiera. Los copos de nieve seguían cayendo, las estrellas del techo desprendían una luz más intensa que otros días.
Se escuchaban las risas de las niñas y de los niños que pasaban por la calle. Ella se acurrucó en el sillón, sonrió y se dejó llevar. A su lado, el tintineo se escuchó más fuerte.
- Espero que esta noche, tengáis una buena jornada de trabajo, queridos compañeros – dijo mirando a la chimenea – Yo, he hecho mi parte, como cada año.
Las llamas de la chimenea se intensificaron, al igual que la rapidez con que los copos de nieve caían.
- Creo que, a lo largo de esta semana, voy a tener que recoger mucho correo con fotos de sonrisas, libros, regalos… Tendré que hacer sitio en el altillo para una nueva caja.
Raquel se puso el abrigo, la bufanda y se caló el gorro bien hasta las orejas. De nuevo se había olvidado los guantes en casa. Salió de “Prácticamente perfecta” canturreando y pensando en el sofá que le esperaba en casa y que, a la mañana siguiente, tendría que madrugar para abrir regalos con sus sobrinas.
El tintineo se escuchó en su bolso y una pequeña luz tintineante se movió dentro de él.
- Sí, lo sé, la magia nunca descansa.
Con el corazón lleno de alegría comenzó a caminar hacia su casa para descansar unas horas. Las justas para tener la energía suficiente para seguir haciendo magia al día siguiente y al otro y al otro.
De pronto, unos copos de nieve empezaron a caer. El suelo estaba seco, así que, si nevaba toda la noche, al día siguiente tendría un día de Reyes blanco.
Raquel miró al cielo, blanco intenso, sonrió, y mentalmente deseo buenas noches.