Un pie asoma por debajo de la funda nórdica. Un bulto se distingue en la enorme cama.
De pronto se oye un gruñido y el pie se mueve inquieto mientras trata de meterse entre las sábanas y la funda nórdica.
Sí, sábanas y funda nórdica. Ambas cosas. Costumbres.
Un tintineo suena por toda la casa y el bulto se mueve inquieto, dejando escapar una mezcla de suspiros y gruñidos por partes iguales.
Algo se desliza rápidamente desde el piecero de la cama hasta el cabecero. El tintineo es cada vez más insistente y cercano. Se oyen unas risitas amortiguadas.
Un rayo de luz quiere colarse por las rendijas de la persiana.
Con un movimiento brusco, dos manos asoman tirando hacia abajo la funda nórdica que la tapaba.
- ¡Ya está bien! ¡Quiero seguir durmiendo! – grita entre enojada y somnolienta.
El tintineo sigue sonando y el pequeño bulto sigue moviéndose con rapidez junto a ella.
Con resignación y con los ojos medio cerrados, decide levantarse abandonando el calor de la cama que le sigue atrayendo. Se planta los calcetines de lana que la acompañan durante todo el invierno y se dirige hacia la cocina para prepararse una buena taza de infusión humeante.
- Mira qué sois pesadas, de verdad. Ni en fin de semana puede dormir una ya tranquila.
Espera con tranquilidad a que el agua se caliente en el hervidor. Abre la ventana de su habitación y contempla que, de nuevo, hay niebla y el sol ni se distingue ni se le espera. Mira con nostalgia su cama, pero es fuerte y vuelve a la cocina a prepararse el desayuno.
El tintineo sigue sonando, pero de forma más pausada. Se oyen unas pequeñas risas y el sonido de unas diminutas pisadas recorriendo el pasillo. El rayo de luz, a pesar de la niebla, logró colarse en su habitación e ilumina la estancia con determinación.
- Por ahí no paso. Dejadme desayunar y leer un rato. Necesito despejarme. – pone los ojos en blanco – ¡Si ni siquiera han puesto las calles!
Se termina de preparar la infusión y el resto del desayuno. Se sienta a la mesa de la cocina, envuelta en la chaqueta que fue de su abuela y se dispone a leer, esperando que se atempere la infusión. Se sumerge en la lectura del libro que la tiene atrapada desde hace dos días y el tiempo empieza a correr.
De nuevo el tintineo se vuelve insistente. Debe vestirse rápidamente o llegará tarde. Empieza una época de mucho trabajo.
Mira por la ventana de su habitación. La niebla sigue presente. La poca gente que ve pasar, se camufla entre el gorro, la bufanda y los guantes. Parecen espías que quieren pasar desapercibidas.
Cierra la ventana con determinación y se dispone a hacer su cama. El pequeño bulto corretea hasta que desaparece.
Al salir de casa comprueba que hace más frío del que pensaba y da otra vuelta a la bufanda que cubre su garganta. No puede resfriarse ni quedarse afónica. En esta época no.
Se pone una sonrisa en su rostro que ya empieza a tornarse color rojizo del frío y comienza su camino hasta su refugio literario. Le espera un duro día de trabajo.
Vuelve a escuchar el tintineo cerca de su oído izquierdo y algo se remueve dentro de su bolso.
El rayo de luz parece que se ha escondido en el bolsillo de su abrigo y le hace cosquillas cuando mete la mano dentro.
De nuevo se ha olvidado los guantes en casa y no quiere dar media vuelta. Si lo hace, llegará muy tarde.
Por el camino se cruza a algunas personas que se esconden detrás de grandes bufandas y que andan rápido para llegar a su destino, mientras sostienen pequeños paquetes humeantes con churros o con algún dulce.
Aquellas más valientes, corren raudas y veloces para cumplir el objetivo marcado de ese domingo nebuloso.
Ella acelera el paso, pues necesita llegar cuanto antes a su destino literario.
Con dificultad, saca las llaves del bolso. Parece que algún ser juguetón tira de ellas hasta el fondo. Abre la puerta y la empuja, a la vez que un tintineo distinto suena haciendo eco en la estancia oscura.
Vuelve a candar por dentro y un resplandor se ve al fondo de la estancia. Según va caminando por un estrecho pasillo, pequeñas luces le van mostrando el recorrido. Una estrella se ilumina en el techo, dando a la estancia un toque mágico.
- Muchas gracias, pequeñas hadas.
Se quita la bufanda, el gorro y el abrigo que deja mal colgados en un perchero del despacho. El bolso lo deja en la silla a punto de caerse. Alcanza un mandil que cubre toda su ropa. Pone las manos en jarras y se dice:
- Pues manos a la obra. Tengo todo el día de hoy para dejarlo prácticamente perfecto y acorde a la época.
Continuará…