Cuento de Navidad: ¡Qué Felicidad! Abeto de Navidad

- en Firmas

Érase una vez, un pueblecito muy pequeño donde tan solo vivían cinco familias, pero cuando se acercaba una época tan bonita y solidaria como es la Navidad, algo mágico pasaba. Todos los años el abeto que adornaba una pequeña plaza del pueblo, se iluminaba, sonriendo con sus destellos a los únicos dos niños que vivían allí, Zaira e Iván, dos hermanos de tres y cinco años que a consecuencia de la pobreza de sus padres habían venido a vivir al pueblo de la gran ciudad.

Lo más extraño de todo, es que ese abeto al que los niños llamaban FELICIDAD, no tenía luces navideñas y aun así hacía brillar los rostros de mayores y pequeños. Llegó la Nochebuena y aquellos angelitos lloraban, querían ver a Papa Noel y no podían. Fue entonces cuando se abrazaron al abeto y los adultos se dieron cuenta de que cada vez que lo hacían, sus lágrimas formaban pequeñas estrellitas brillantes.

¿Serían estrellas fugaces? Ni sus padres lo sabían, pero por primera vez desde que se fueron a vivir allí, veían en sus hijos el brillo de sus ojitos en sus pupilas y les dijeron: tenéis estrellas fugaces en vuestras mejillas, rápido, chiquitines pedir un deseo, saltando felices miraban el abeto (FELICIDAD) y seguidamente a aquellas parejas de ancianos que con sus sonrisas desdentadas sonreían al verlos. A pesar de que habían perdido la ilusión por la Navidad, aquella situación consiguió que los corazones de sus vecinos latieran de nuevo.

Fueron pasándose la carta que los niños escribieron a Papa Noel unos a otros y se miraron cómplices, porque habían decidido cumplir los sueños de esos pequeños corazoncitos. ¿Cómo lo harían? Ni ellos mismos lo sabían, era una carta que pedía que ellos, los abuelitos creyeran en Papa Noel, que algún día su abeto tuviera luces navideñas de verdad, que no tuvieran que imaginarlas en sus sueños y que nunca les faltara para comer y para finalizar pusieron, queremos una bufanda para cada uno, en este pueblo hace mucho frío.

Estaba cayendo una gran helada, así que los niños ese día se fueron pronto a su hogar, las cuatro familias restantes comenzaron a preparar un día de Navidad especial, sacaron sus antiguos adornos navideños para juntar muchas luces navideñas y adornar el abeto que tanto amaban esos niños y poco a poco fueron colocándolas, pero no llegaban arriba, eran ancianos, de repente las ramas de aquel abeto (felicidad) cobraron vida y se empezó a adornar el mismo, la magia de la Navidad había llegado a la villa y de fondo se escuchaban unos alegres villancicos.

Pero entre esas cuatro familias había un anciano muy extraño, nunca hablaba, solo miraba fijamente a todos y finalizaba su día dedicando su sonrisa al abeto, ese día se escuchaban murmullos de preocupación, no les daba tiempo a hacer tantas bufandas en un día. Y él no les entendía, ese día si se dirigió a ellos, y susurro, no sé de qué os preocupáis Papa Noel es mágico.

JO, JO, JO dijo uno de ellos irónicamente, un silencio lleno la plaza de desilusión, aunque no lo creían, aquel abeto era mágico y no paro de moverse hasta que todas las luces cayeron al suelo, estaba enfadado y canturreando a la vez.

Al día siguiente era Navidad, vendría Papa Noel, aunque los adultos no creían ya en él, pero ese día algo mágico pasaría cambiado los sentimientos de todos ellos para siempre. Zaira e Iván llegaron corriendo a la plaza del pueblo, miraban para un lado y el otro sin ver ningún regalo, las lágrimas resbalaban por su carita de porcelana, pero de repente aquel vecino tan callado hizo un gesto con su mano y empezaron a llover bufandas del cielo, de colorines, grandes, pequeñas con luz etc.

Los niños no podían dejar de mirar al cielo y abrazados al Abeto de Navidad, repetían elfos, elfos, y para su sorpresa eran reales, se dieron cuenta cuando aquel anciano un poco raro chasco sus dedos y vieron que era Papa Noel montado en su trineo; mientras se alejaba diciendo adiós con su mano, vacío un saco de chuches desde el cielo, galletas de jengibre, chocolate etc. Cubriendo todo el suelo de la plaza de magia, y parte de su ropa con estrellas doradas.

Desde esa Navidad, nadie volvió a dudar de que Papa Noel existiera y mientras Zaira e Iván se abrazaron con dulzura al abeto que llamaron FELICIDAD, gritaron felices.

¡FELIZ NAVIDAD!

 

Autor

Almudena Merino nació en Barcelona. Sin embargo, reside actualmente en Salamanca, ciudad que la vio nacer como escritora. A pesar de su corta andadura literaria, la avalan varios títulos publicados: Reflejos de una sonrisa, Secretos de un alma callada y El escondite de una Rosa.