El hambre

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hambre pobreza

“El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos condena al hambre del pan y a muchos condena al hambre de abrazos.”  Eduardo Galeano

Vivimos en una sociedad cada vez más desequilibrada, nuestra sociedad globalizada se está convirtiendo en una gigantesca representación de la parábola de Lázaro y Epulón. A pesar de las cifras del hambre, no visibiliza esa realidad de “residuos humanos” (Bauman), esa masa de “poblaciones superfluas”, que globalización ha convertido en no deseados, en personas totalmente invisibles e injustamente tratadas.

En un lado del muro de la realidad mundializada, experimentamos una creciente acumulación de medios y un consumo ilimitado y al otro, la miseria y el hambre que se apodera de los más empobrecidos. Hoy hay 45 millones de personas al borde de la hambruna en 43 países, “El hambre se ha disparado”, según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA). Los conflictos en el interior de los países más pobres, el cambio climático y la pandemia se han convertido en la tormenta perfecta para desencadenar esta crisis humanitaria.

El ser humano ha realizado grades avances en su historia, ha llegado a todos los rincones del planeta, ha creado aparatos que nos hacen la vida más fácil, buscamos nuevos mundos en el universo, está curando enfermedades difíciles, enviamos sofisticadas sondas espaciales a investigar el sistema solar, somos más longevos y vivimos más, pero no ha podido erradicar el hambre.

Teniendo recursos y medios nada parece tan inmutable como el hambre. La vida, para gran parte de la humanidad, parece una mala noche en una mala posada, como recordaba Teresa de Jesús. Más importante que globalizar el mercado y el consumo, es mucho más necesario mundializar formas de solidaridad, de justicia, de respeto, de reparto de bienes y de misericordia con tantos humillados que no pueden comer al día ni un plato de arroz o de maíz.

Las causas que se vienen repitiendo en estos últimos años, son conocidas, pero nos suficientes. Los conflictos bélicos, el cambio climático las crisis económicas, las crisis pandémicas, son los principales responsables de esta regresión, según el estudio elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Pero sabemos que el hambre no es solo un problema transitorio o coyuntural, en muchas de estas zonas el hambre es una maldición estructural que se remonta a varias generaciones.

Lázaro y Epulón, ricos y pobres caminan juntos en este viaje de la injusticia, manifestadas en la ausencia de políticas redistributivas, gastos exorbitantes en armamento, la corrupción de muchos países, la ausencia de derechos y de regímenes democráticos, se deben añadir a esa era realidad coyuntural que propone la FAO. Los que se mueren son los pobres, no hemos visto morir a un ministro, a un alto cargo de estos países, ni siquiera a un oficial del ejército en esos lugares que no están en guerra.

Es posible acabar con el hambre, hoy tenemos todas las herramientas necesarias para hacerlo y acabar con esta brutal inhumanidad. La inercia de la comunidad internacional, de los poderes económicos y el cinismo de los políticos, impiden que sea una realidad ya resuelta. El orden económico mundial se alimenta de la pobreza y de la mano de obra barata. Las pocas familias que dominan el mundo, grupos económicos, multinacionales o como se quieran llamar, tienen mayor poder económico y de dominio como nunca se había alcanzado.

Estamos con Thomas Pogge, donde salida de la pobreza tiene que ir unida a una normativa acerca de la justicia global. Cualquier política internacional se deberá basar en la lucha de los problemas morales fundamentales y de peso, centrados en los seres humanos y, que puedan ser ampliamente compartibles entre todas las culturas. Para ello se necesita un acuerdo internacional sobre un estándar moral común que sea plausible y capaz de una amplia aceptación internacional.

Con L. Boff, pensamos que el futuro del mundo para superar la vergüenza del hambre va unido a fomentar una sociedad más fraterna y democrática. No hablamos de una simple forma de gobierno, sino como un espíritu y valor universal.  Se fundamenta en la articulación y coexistencia de cinco fuerzas fundamentales: la participación, la solidaridad, la igualdad, la diferencia y la comunión. La construcción de esta sociedad fraterna y democrática se desarrolla en la familia, en la escuela, en la fábrica, en las asociaciones, en las iglesias, en el estado, en la sociedad. Es un proyecto siempre abierto e inacabado.

Para ello, es necesario crear nuevas relaciones entre los seres humanos con la participación en todos los niveles posibles. La solidaridad como un planteamiento global a todo el sistema incluyendo al los otros buscando caminos para mejorar, reformar y defender los derechos más básicos del ser humano. Como efecto de la mayor participación y la solidaridad surge una mayor igualdad social con relaciones más simétricas y humanizadoras. Es necesario promover y defender las diferencias, las riquezas de cada individuo y cada cultura. Por último, la comunión como categoría antropológica y religiosa, que de cuenta de la transcendencia vida del ser humano que le abra a nuevos sentidos de la existencia.

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