«Estamos en las manos de Dios, que son buenas manos. Saber hacer bien su voluntad vale más que resucitar un muerto» (Juan XXIII).
Juan XXIII tenía fama de no preocuparse por nada y no había manera de que nadie ni nada le quitase el sueño. No eran capaces de hacerle perder la calma ni ochenta millones de problemas que se le presentasen. Él conocía el secreto: ponerse en las manos del Señor, seguir su voluntad, no fatigarse y no perder la paz.
Estamos en las manos de Dios, en Él tenemos puestos los ojos y la esperanza. No debemos temer nada: el poder del mal no triunfará.
Un día Federico el Grande, rey de Prusia, visitó una escuela primaria.
En la clase, el maestro estaba dando una clase de geografía.
Después de hacerles varias preguntas sobre dónde estaba Prusia, Alemania y Europa, el Rey preguntó a los alumnos:
-¿Dónde se encuentra el mundo?
Los alumnos no sabían qué contestar. Pero uno de ellos, con gran firmeza, dijo:
-Majestad, el mundo se encuentra en las manos de Dios
Dios sigue hablando, revelándose. Es posible que el concepto o imagen de Dios de un adulto nos quede pequeño, no sea el mismo que de un niño. No por ello se puede decir que una persona ha perdido la fe, sino más bien que ha evolucionado. Ha descubierto que el verdadero Dios es distinto, no es «una imagen de papel ni de madera», lo ha experimentado en su vida como Abrahán, como María…
En el pasado, Dios habló de muchos modos a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado a través de su Hijo (Hb 1, 1-2). Todo nos lo ha dicho en Cristo, «todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra» (san Juan de la Cruz). Y lo esencial de este mensaje es: Dios «quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2, 4).
Cuando la Biblia habla de la fe, pone ejemplos de personas que se fían de Dios, como Abrahán, como María. La fe bíblica está más próxima a una actitud de búsqueda que a una seguridad total. Abrahán debe salir de su tierra sin saber siquiera adónde va , fiándose de la promesa de Dios. El seguidor de Jesucristo debe renunciar a todo, romper con la seguridad del dinero, de la familia, de lo conocido.
Dios ofrece y regala la salvación. La respuesta del creyente es acogerla por medio de la fe. La Escritura nos propone dos modelos de fe, de acoger la palabra salvadora de Dios: Abrahán y María.
«Por la fe, Abrahán obedeció y salió hacia el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba» (Hb 11, 8). Gracias a «esta fe poderosa», Abrahán se convirtió en «padre de todos los creyentes», porque supo creer «esperando contra toda esperanza» (Rm, 4, 18).
De la Iglesia recibe el creyente la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. Quienes caminan con fe y acogen al Dios que se revela en los acontecimientos de cada día, serán felices por siempre.
El ser humano ha sido creado por Dios y para Dios; sólo en Dios, que acoge por la fe, encontrará vida y descanso. «Creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19, 1).
Dios nos ha bendecido con toda clase de bienes: salud, riqueza, familia, aunque todas las bendiciones se centran en Cristo. Todo el que cree en Él será salvo. Jesús es el hijo de María. Dios hace con el ser humano una alianza eterna. Y si un Niño es Hijo de Dios, todos podemos serlo. «El ser humano es capaz de Dios» (Karl Rahner), puede llegar a Dios. Al hacernos conscientes de que somos hijos de Dios, se deduce lógicamente que todos somos hermanos y como tales tenemos que vivir.
No temas, Abrahán, que el Señor es tu escudo y te colmará de bendiciones. No temáis, Juan, Pablo, Andrés, que Dios está con vosotros, que la fe es vuestra fuerza y roca, que sólo Dios será vuestra recompensa. Todos los que confían en Dios y se fían de Él, como María, no huirán ni vivirán en el temor, sino que darán a luz la vida, y entonces el mal y la muerte no tendrán poder sobre ellos.
El miércoles, día 5, comienza la Cuaresma, tiempo de escuchar a Dios y renovar nuestra confianza en Él.