Pues resulta que el otro día decidimos ir a la capital a ver esas luces tan espectaculares de las que todo el mundo habla. El día comenzaba perfecto porque la temperatura exterior dejaba moverse con facilidad, sin notar ese entumecimiento que se genera por el propio frio de estas fechas navideñas en pies y manos que hace imposible hasta el ir a hacer aguas menores por temor a que desaparezca por rotura algún miembro que otro.
Decidimos dejar los coches en un parking próximo a Gran Vía ya que todo el exterior se encuentra ocupado por un sinfín de coches que me hace replantearme sí la idea de ir a Madrid ha sido la correcta. Ya no hay vuelta atrás. Pues a disfrutar se ha dicho.
Al momento comienza a colapsarse, un poquito nada más, el ambiente y mi Lucas comienza a hacer de las suyas danzando de un sitio a otro. Es en este preciso instante en el que me siento como Mufasa intentando salvar a Simba de una estampida de ñus en plena sabana africana.
Después de visitar unas cuantas tiendas incluida la prestigiosa y cara Primark, comencé a pensar que lo mismo me había equivocado de fecha y no era Navidad sino Semana Santa y que aquello no era Madrid sino Sevilla. Chorros y chorros de gente por todos los lados comenzaban a salir por las calles haciendo del caminar un auténtico “Gran Prix” en el que solo faltaba la vaquilla y Ramonchu porque de pueblo ya estábamos nosotros.
La idea de ver las luces no era esa. La idea primitiva era ver las luces no que la gente te llevara con las patitas colgando a ver las luces que a ellos les saliera de sus mismísimos atributos cual marea generada por tormenta veraniega de esas que colapsa los alcantarillados de toda la zona de Andalucía y alrededores.
Después de varias horas sin rumbo fijo decidimos tomar un cafelito en un lugar emblemático madrileño para hacer valer el viajecito. Yo me pedí a mayores del café un McPollo ya que tenía mucha hambre.
Llegado ya el final del día encontramos el parking inicial donde estaban nuestros coches. Qué alegría al verlos. Casi lloro. Aunque he de confesar que ya venía llorando interiormente por el camino debido al ostión monetario al meter el ticket del innombrable parking de mierda.
Moraleja: “Cuando pienses que te pareces al gran Paco Martínez Soria con el cesto de huevos y la gallina al llegar a Madrid recuerda que allí viven Mickey Mouse de dos metros de altura que les falta traje por todos los lados vendiendo globitos”.