Sinfonía en ocre, amarillo y dorado de hojarasca revoloteando traviesa al compás de las ráfagas airadas que cruzan calles y plazas de mi ciudad.
Mañanas tibias de otoño, de aperitivo frugal al resguardo del sol tímido y fugaz de mediodía.
Tardes efímeras de paseo que invitan a la confidencia y al amor.
Y cuando cae la oscura noche con su luz mortecina de farola clásica alumbrando fachadas y balconadas de siglos de antigüedad, regresar en silencio al hogar para calentarse las manos y abrigarse el corazón con los recuerdos de la pasión compartida que sabe a dulce de membrillo y huele a tierra húmeda.
Noviembre romántico e inspirador.
Noviembre de bufanda y edredón.
Muertas las hojas que sombrearon nuestros días de verano, tapizando están ahora nuestros pasos presurosos de camino a ninguna parte.
Crujidos y chasquidos bajo nuestras botas recién estrenadas que evocan el recuerdo nítido de nuestros paseos infantiles de la mano de papá, cuando el mundo se reducía a una casa llena de risas y a una calle de ida y vuelta.
Paradigma de la transitoriedad de la Vida, Noviembre es para mí el mes más hermoso y evocador. Todo alrededor parece a punto de morir y sin embargo no nos apena porque existe la certeza de que en los días de primavera resucitará.
Noviembre dulce, como la película.
Y cada 9 de Noviembre que me llegue como a Cecilia, por supuesto sin tarjeta, “un ramito de violetas”.