Ayer escuché aquellas notas lánguidas y melancólicas,
de ese piano olvidado y astillado.
Su gemido vibrante y vetusto,
cubría el cielo.
Como los fuegos artificiales,
escupía los sombríos acordes,
fruto de una vida vivida y consumada.
Era un último suspiro,
amarrándose a una cuerda quebrada y rota.
Los dedos ansiosos y fascinantes de Ross Bolleter,
consiguió con su pasión y delirio,
resucitar después de la catalepsia,
ese clavicembalo col piano e Forte.
Una vez más,
en ese Cementerio,
la muerte se transformó en arte.