Trabajando en las sombras: El impacto del trabajo «al negro» en la vida de los inmigrantes sin permiso de trabajo

- en Firmas
trabajo de repartidor en salamanca

Como muchos extranjeros en situación irregular, y a la espera de un permiso de trabajo o residencia que me permitiese la estancia legal en España, he hecho todo tipo de trabajo para subsistir: el mal llamado “trabajo al negro”. Uno de ellos fue el de repartidora de comida a domicilio a través de la plataforma Uber; lo cuál fue una experiencia enriquecedora, una ventana panorámica que me permitió reconocer el esfuerzo y la solidaridad de mis connacionales venezolanos y de otras tantas nacionalidades.

Los plazos de la oficina de extranjería en Salamanca para resolver la solicitud de cualquier tipo de residencia para los extranjeros es de 3 meses según lo establece la Ley 30 del Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas ¿Pero este plazo se cumple en la realidad? ¿Qué pasa con las personas que esperan meses o años, para optar por un permiso de residencia, porque los trámites burocráticos cada vez ponen más pega en el zapato para quienes lo único que piden es una oportunidad?

A parte de los plazos que transcurren luego de que ingresas formalmente una solicitud de residencia, se suman los plazos previos en donde te otorgan una primera cita para evaluar tu historia y recibir la documentación. En mi caso fui por el mes de febrero y la primera cita para una entrevista fue para el mes de septiembre: 7 meses después. 7 meses que no contarán luego para el tiempo de respuesta, 7 meses perdidos.

Es verdad que la resolución de la situación administrativa de cualquier extranjero entra en un estado de relativismo ya que no existe una fórmula exacta para todos, es una especie de lotería, hay quienes en 6 meses tienen el trámite resuelto favorablemente, y hay quienes pueden pasar más de 3 años y hasta 5.

¿Y los sueños? ¿Y los planes de futuro? El tiempo sigue pasando…

Desde hace 3 años estoy en la provincia de Salamanca. Llegué en plena Pandemia, lo que supuso un retraso en la tramitación de mi situación legal y administrativa, sumando a esto, que el trámite, por lo general, suele ser bastante lento en Salamanca.

Tampoco conocía gente, ni hacía relaciones sociales para conocer las posibilidades que existían en esta ciudad, hasta que me di cuenta que habían grupos de Whatsapp de venezolanos y latinos en general, donde se ayudaban unos con otros con información relevante, ¡Porque en territorio desconocido uno siempre “jala” pa’ su gente”.

Fue así donde supe de la posibilidad de trabajar de Rider, con una cuenta de Uber de otra persona, en la cual, mis ganancias se dividían en un 40% para el dueño de la cuenta y el 60% para mí. Por lo que, era una posibilidad de ingresos para quienes como yo no teníamos permiso de trabajo. Una posibilidad de ingresos bastante limitada, pero en situaciones de desventaja y necesidad es mejor eso que nada.

No me quejo, hubo mucho solidaridad por parte de mis connacionales, en momentos donde la vulnerabilidad te arropa, siempre se necesita la gente que te acobija, y eso recibí, aunque desconocidos, fueron ellos, quiénes inicialmente me informaron y justamente me equiparon para comenzar en esto, ¡al final, para todos había un espacio!.

Recuerdo que empecé con una bicicleta prestada, un bolso prestado, un porta teléfono prestado, e incluso, como estábamos en invierno, hasta un abrigo me regalaron para cubrirme del frío, y todo eso, por parte de diferentes personas. Esas acciones, sinceramente me llenaron el corazón de orgullo y me hicieron ratificar ese dicho de que «los buenos somos más».

Yo hice una licenciatura en mi país de Periodismo y trabajé de ello, pero muchas veces cuando te toca migrar de países como el mío, no llegas pasando por una alfombra roja, toca esforzarse el doble, el triple y muchas veces desviarse de los propósitos de vida y desvincularse incluso de tu oficio, de lo que te gusta hacer.

Adaptación al cambio

No pensé que iba a ser capaz, muchas veces me perdí buscando direcciones, llegué tarde a entregar pedidos, me frustraba de andar cuesta arriba y cuesta abajo en una bici que no tenía la suficiente potencia para subir. Yo tampoco tenía mucha resistencia, me cansaba mucho. Pero pude. Me refugié en el coraje que me transmitían quienes tenían más tiempo que yo.

Hubo días donde sentí una sensación de plenitud, las calles estaban solas, porque después de las 10:00pm todo el mundo debía estar en casa, excepto los repartidores, que podíamos trabajar hasta las 12. No todo era tan malo, tenía el privilegio de tener las calles solas para mí, lo que causaba una sensación de extrañeza pero también de libertad, de reflexión. Literalmente, sentía que era mío el mundo y que yo era capaz de seguir la vida a la velocidad que se me pusiera.

Hasta que un «¡tilín tilín! Señora, aquí está su pedido», me devolvía a mi realidad, sobre todo cuando me encontraba con gente muy déspota, arrogante… «Y dónde estabas, tengo más de media hora esperando mi comida». Y pensaba… ¿Cómo le explico que me perdí, qué soy nueva, que la bici no es muy rápida, que se me descargó el móvil y perdí su ubicación, qué tal o cual cosa me pasó en el camino?, Y al final, todo lo resumía con un «lo siento señora, estaba entregando otros pedidos».

Y llegar tarde, es solo una pequeñez dentro del mundo de acontecimientos que vive un repartidor, es realmente una aventura, una adrenalina, puede pasar de todo. Muchos de mis compañeros me contaban experiencias como que les tocó entregar un pedido bajo la lluvia y por supuesto la comida llegó siendo sopa, o qué el tambaleo de la bici, moto a patín les tumbó la bebida sobre la comida, o qué se cayeron de la bici junto con el pedido, y así tantas cosas más qué, en el momento no se sabe cómo resolver.

Dejé de repartir porque la vida me condujo a otros parajes, a otros destinos, encontré otro empleo, pero siempre veo a todos evolucionar al igual que yo, y desde esa actitud nos reconocemos la mayoría de los emigrantes.

En este artículo no solo hablo yo, sino todos los que han vivido situaciones similares de trabajar al negro “porque toca”: Ángel, Wendy, Jesús, María, Jorge, Luis…

Seguimos a la velocidad del viento, entre rápido o más despacio, pero siempre de frente para que el viento nos pegue en la cara.

Autor

Joven periodista y comunicadora social venezolana que actualmente vive en Salamanca. Se ha desempeñado en la fuente cultural, y se inclina por la escritura literaria, por las crónicas, y las historias sociales.