Los caníbales de la Patagonia que asesinaban y consumían los cuerpos de los ‘mercachifles’

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A principios del siglo pasado, en el centro de la provincia de Río Negro, al norte de la Patagonia argentina, tuvo lugar la denominada «Matanza de los turcos», una retahíla de asesinatos a comerciantes de origen árabe por parte de sus habitantes. Los hechos aún están custodiados por el Archivo Histórico de la Provincia de Río Negro.

A los comerciantes árabes se les llamaba «turcos», independientemente de su procedencia, o también «mercachifles», porque solían anunciar su llegada con un silbato (o «chifle»).

El primer caso conocido tuvo lugar en 1909 en el paraje de El Cuy. El comerciante llamado Salomón El Dahuk, denunció la desaparición de uno de sus mercachifles, José Elías, y de su peón, Kesen Ezen. Además, por entonces ya se escuchaban rumores sobre los presuntos asesinatos por parte de los lugareños.

Salomón tenía sospechas, pues llevaba un registro en el que ya había cincuenta y cinco vendedores desaparecidos. Por ello, contactó con el gobernador de Río Negro de por entonces, Carlos Gallardo, quien designó al jefe de policía, José Torino y a su equipo, para resolver la investigación.

De esta manera, Torino se adentró en «Lagunitas», un paraje de parada habitual para los comerciantes y allí consiguió una confesión contra Ramón Sañido. El jefe de policía fue hasta su morada, donde encontró varios objetos de los desaparecidos, que habían sido robados.

Poco a poco, Torino fue encontrando testimonios que le iban conduciendo al epicentro de la investigación. Así llegó al nombre de Antonio Cuece, el líder de la banda. Este era un personaje estrafalario que vestía de mujer y al que se le conocía como «Macagua». Era una «machi» o bruja que había conseguido unificar una banda de atracadores y asesinos. La mayoría de ellos eran pastores pobres que habían aprovechado la ausencia de autoridad policial en la zona para llevar a cabo varios hurtos.

La forma de proceder era la siguiente: invitaban a los mercachifles a sus moradas a comer asado de sus ovejas y a beber vino. Una vez allí los mataban y robaban su dinero, ropa y mercancía. Después, y bajo las directrices de Macagua, extraían el corazón, el pene y los testículos. Con ellos fabricaban amuletos que consideraban que les proporcionarían buena fortuna o incluso los cocinaban y los consumían porque les aportaba virilidad.

Según uno de los extractos del Archivo Histórico de la Provincia de Río Negro, antes de comer un pedazo del corazón del turco José Elías, uno de los integrantes de la banda dijo: «Antes, cuando yo era capitanejo (subalterno de un cacique indio) y sabíamos pelear con los huincas (hombres blancos), sabíamos comer corazones de cristianos, pero de turco no he probado nunca y ahora voy a saber qué gusto tiene».

Lo demás lo quemaban y los huesos los molían, ya que servían a Macagua para hacer sus conjuros.

Durante los cuatro meses que duró la investigación de José Torino, se contaron más de 130 asesinatos y se arrestó a más de 80 miembros de la banda, pero no al líder. El jefe de policía describe a Macagua como «una mujer vieja y moribunda, postrada en la cama con tuberculosis avanzada y sífilis», razón por la cual a ella no se la condenó.

A día de hoy, la horrible historia ya ha terminado, aunque Torino y su equipo, fueron también condenados por las técnicas cuestionables que utilizaron para conseguir testimonios.

 

 

 

Autor

Grado de Comunicación Audiovisual por la Universidad de Salamanca, Máster de Comunicación y Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela.

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