Vivo en el Transtormes. De toda la vida de Dios. Y orgullosa me siento de ello.
Siempre he tenido algo que me diferenciaba: esa barrera que es el agua que recorre el caudal llamado río Tormes.
Un río que el Padre Putas cruzaba en barca por Cuaresma, bien acompañado, para quitar de las calles la incitación a la lujuria y el frenesí de la carne. Lo atravesaba para dejar la “mercancía” tentadora en el barrio llamado el Arrabal durante esos días previos a la Semana Santa en los que se prohibía comer carne.
Siempre viviendo del otro lado del río y haciendo reivindicación de ello.
Parece que ese río es una barrera psicológica para aquellos que viven del otro lado. Piensan que las distancias son mayores cuando vives atravesando el puente de hierro.
Pero no es verdad.
Lo que pasa es que el río parece que nos distancia más. Es una percepción subjetiva que nos lleva a prejuicios y estereotipos.
De este lado del río, tenemos barrios con historia y se puede contar la historia de sus barrios.
Vivo en los barrios de la periferia y, a veces, siento nostalgia al recordar todo lo que viví en ellos.
Veranos paseando y hablando en La Vega, inviernos compartiendo risas, conversaciones, confidencias y refrescos en San José o juegos infantiles en el residencial El Tormes, “vacaciones” en Chamberí y aprender a montar en bicicleta en el Teso de la Feria.
Estos barrios también forman parte de Salamanca. Pero, quizás, sean de los más olvidados.
Paseo por esta periferia diariamente y ya casi no veo el esplendor que recordaba en mi niñez y juventud.
Se hace un lavado de cara, como el de los gatos, en las arterias principales, en ocasiones. Los recovecos siguen estando plagados de restos de encuentros furtivos y clandestinos. Los jardines que antaño eran motivo de orgullo, con el paso de los años y la desaparición de sus propietarios, han caído en el olvido más absoluto y sólo si llega gente joven con ganas y tiempo, florecerán esas maravillosas rosas que nos embriagaban con su aroma.
Barrios de los que sólo se acuerdan en determinados momentos cada cierto período de tiempo, para pasearse y hacerse la foto de turno. Pero, después, todo queda en el olvido y nuestras calles siguen estando sucias, nuestros jardines siguen desapareciendo o creándose entornos artificiales y el césped deja paso a la baldosa y los bancos.
Recomendación radiofónica: el podcast “Dile que baje” de Quique Peinado.