Cómo estimular el envejecimiento activo: nuevos horizontes para guiar las intervenciones

- en Salud

Envejecer conlleva una progresividad en el declive de funciones cognitivas y ejecutivas, que no implican necesariamente la presencia de patología o deterioro. Es una etapa más del ciclo vital con sus características específicas a la que necesitamos dar respuestas que posibiliten un afrontamiento eficaz, en un sector cada vez más amplio de población. La clave adaptativa, o de mantenimiento de la capacidad funcional según la Organización Mundial de la Salud, debe integrar una visión multidimensional del adulto mayor que aborde el mantenimiento de la autonomía personal en paralelo con la dimensión identitaria, como constitutivos nucleares del envejecimiento saludable.

Además, como consecuencia del COVID-19, se ha generado otra preocupación adicional al reto del Envejecimiento Activo (EA). Así, las restricciones de movilidad o el confinamiento, han agudizado problemáticas en este sector que ya estaban presentes. Una de las más relevantes se refiere al problema de la soledad en adultos mayores. Y los informes señalan un aumento de la soledad del 17.2 % al 25, 1% como consecuencia de las medidas de distanciamiento social. Añadido a esta importante implicación, seguimientos longitudinales señalan que la crisis socio-sanitaria ha supuesto también un declive acelerado en las funciones cognitivas de adultos mayores. Consecuencias que acaban teniendo resultados dramáticos con el aumento de las tasas de mortalidad, más allá de las acontecidas en las residencias.

Hay tres núcleos sobre los que polarizar las intervenciones en este contexto descrito: compensar el declive evolutivo, afrontar los retos adaptativos e integrar competencias emocionales y existenciales. Por esta razón se propone en la obra publicada un modelo que enfatiza un envejecer saludable manteniendo y estimulando tanto la identidad como la autonomía. Y sobre estos pilares se articulan los ejes que contribuirán a su desarrollo en cuatro cuadrantes: el del conocimiento, relativo al mundo y al propio Yo; el del proyecto, que incluye los valores y contenidos vitales; el de las acciones, que aúna esquemas y conductas; y el del desempeño, con la focalización en las Actividades de la Vida Diaria (AVD). Para intervenir en estos cuatro ejes se proponen las acciones de optimización de los cuatro tipos de reserva: emocional, cognitiva, motivacional y física.

La Reserva Cognitiva actuaría como un mecanismo de compensación de los cambios que se producen con el desarrollo de la neurodegeneración. Y se han identificado una serie de variables que contribuyen activamente a su potenciación: mayor nivel educativo, complejidad ocupacional, alfabetización, hábito lector, bilingüismo o tocar instrumentos musicales. En relación con la Reserva Emocional es fundamental el refuerzo de la identidad positiva, con intervenciones basadas en la reminiscencia positiva que reducen la incidencia de la depresión o la vulnerabilidad al deterioro cognitivo. Los estilos de vida activos y con ejercicios adaptados al nivel de cada persona serían los relativos a la Reserva Física (RF), que aportan una gran contribución al envejecimiento activo y saludable.  Y, por último la Reserva Motivacional, que se centraría en el proyecto personal centrado en la resiliencia, es decir, como generar metas motivadoras e ilusionantes.

Una de las consecuencias de la situación pandémica vivida es que ha afectado a los sistemas centinela de vigilancia epidemiológica que venía desempeñando la Atención Primaria de Salud (APS). Por esta razón resulta más necesario el desarrollo de protocolos de detección precoz para monitorear el proceso de envejecer y, especialmente, detectar las manifestaciones del deterior e fases precoces. Además del cribado cobra una especial importancia la sensibilización y la educación sanitaria en relación a claves significativas de las primeras manifestaciones diferenciales entre declive y deterioro. Y en este sentido la responsabilidad es doble: de carácter personal con el autocuidado y la autoobservación  de conductas sintomáticas en cuanto a fallos de memoria; y de carácter familiar o social en relación a determinados patrones de comportamiento anómalos que podrían indicar los albores de un proceso clínico.

El protocolo de valoración que utilizamos combina la medida del rendimiento de la memoria en el adulto mayor y otras funciones cognitivas y emocionales, así como un indicador de RC, con la participación del informante clave. Este cumplimenta dos cuestionarios relativos al nivel de autonomía y funcionamiento cognitivo. Un abordaje mixto (de fuentes y de variables) permite superar algunas de las limitaciones señaladas en cuanto a la valoración única de una u otra fuente, a la par que integra dimensiones cognitivas y emocionales en el cribado que son relevantes para sospecha del deterioro cognitivo.

En resumen, implementar programas de EA debe combinar acciones directas sobre la identidad y autonomía. Y, además, debe ir más allá de los ámbitos tradicionales de la estimulación física y cognitiva, con ampliación de horizontes a otras claves (emocionales y motivacionales). Además, como complemento de la intervención debe instaurarse un sistema de monitoreo del proceso de envejecimiento para intervenir de forma precoz ante señales de riesgo. Este planteamiento es el que llevamos implementando desde el año 2020 en el marco del convenio del Ayuntamiento con la Universidad Pontificia. Señalar, por último, que el horizonte debe no sólo contemplar las dianas de adultos mayores autónomos sino que también debe incluir a los mayores que viven en residencias u otros centros comunitarios.

Envejecer saludablemente, en base a lo señalado, es posible siguiendo y practicando cuatro claves: recordando lo positivo, fortaleciendo la cognición, buscando el sentido vital y hacerlo en movimiento.

Autor

Psicólogo. Director de la obra recientemente publicada: “Taller de Intervención Multicomponente de Reservas para Envejecer con Salud (TIMRES)”