Que levanten la mano los frikis que siguen viendo en bucle los siete capítulos de Juncal. Esa enciclopedia visual que teletransporta al mundo que un día nos envenenó. De ella, se añora cada vez más la autenticidad y el misticismo que quizás escasea más de lo que debería. El rito que siempre está presente y que hace todo único, y que si se explica, o se entiende, es todavía mayor. Si hasta un tal Douglas se vino de los Unidos al Campo Charro buscando toros, por algo será. Este espectáculo es capaz de devolverla frescura y la arrogancia a los que atesoran la maestría, y rescatarla con setenta tacos una penúltima vez. Es hablar en clave, y entenderse. Son valores casi imperiales, insondables. Es alegría y es fiesta, pen-dientes y borlas. Es la tinta narradora de unos cuántos y el fiel objetivo de otros. Sonreír al entrar a un bar en el que cuelga un cartel de toros sin importar el año. Es llorar con tres naturales e intentar replicarlos volviendo a casa. Hablar de feria y no preguntar cuál. Pavor y jindama en el patio. Un misterio inconmensurable del que tomar nota.
Juan José Diez – Revista Lances de pluma y pincel – 18 de septiembre de 2022
