Los pastores en Terradillos

- en Campo
Pastores en Terradillos

Durante muchos siglos en el mundo rural ha permanecido el trabajo del ganadero. Hoy esa ocupación no está garantizada; pero nos quedan sus historias y recuerdos.

Los tres últimos pastores de Terradillos, Antonio, Antolín y Francis se jubilaron sin dejar sucesión. Me gusta hablar con ellos cuando nos vemos en el pueblo. Los escucho con atención cuando me cuentan las calamidades que han pasado en su vida, con el ganado, por el campo. Me hablan del trabajo de sus perros, del tiempo, de la naturaleza…me cuentan de todo, porque de casi todo saben. Saben de conejos, liebres, perdices, lagartos, culebras, águilas, nidos, setas, frutos silvestres y, además, adivinan el tiempo que va a hacer…cosas curiosas, como que cuando las ovejas quedan preñadas, si después les coge la lluvia, pueden abortar. La gestación suele durar cinco meses y normalmente paren de una a tres crías, según su alimentación. Viven unos diez años.

Algunos pastores se confeccionaban las ropas que usaban con las pieles de los animales que morían: ellos las curtían, cosían y diseñaban abarcas, pantalones, mantas, zahones y morral. Sus herramientas eran muy sencillas: la navaja y el punzón y para apoyarse la “cayá “. Unos trabajaban el hueso, otros tocaban algún instrumento, y también leían. En su mochila casi siempre tenían un libro de novelas, de poesía… Ahora tienen mejor ropa de abrigo para librarse de las inclemencias del tiempo y no olvidan el transitor; pero el frio y el agua hacen mella en la salud, ataca el reúma y los huesos más tarde suelen fallar. Todos los días haga frio o calor, llueva o salga el sol, te duela la cabeza o la barriga, sin hacer caso a nada, cogen la comida en el cuerno preparado para este fin y salen al campo. Unos silbidos, al venir el día, y los sonidos de los cencerros comienzan a oírse. El ganado se pone en movimiento, vamos a pasar un nuevo día en el campo. Las esquilas y cencerros jugaban un papel muy importante para tener localizados a los animales mediante el sonido, especialmente en las noches sin luna..

En Terradillos, como en otros pueblos, la figura del pastor caminando con su rebaño por el campo ya es historia. Actualmente, los beneficios económicos tienen que ser otros y las explotaciones en granjas son más rentables. El cordero lechal y pascual mamaba y brincaba por el campo hasta que eran sacrificados. Los animales prácticamente se alimentaban de lo que pastaban en libertad y así el coste para el ganadero era mínimo. Ahora, cuando la producción no genera beneficios, se llevan los animales al matadero. La lana de la raza merina era la más apreciada por su calidad y se vendía a buen precio. Hoy día, dado su poco valor y la subida de los gastos de esquileo, la explotación  se están orientando a la producción de carne y  leche. Para estos fines, parece ser que la raza churra produce mayor fuente de ingresos a los ganaderos. El peso de lana de una oveja varia de 1.500 a 4’000 kgm. Con el calor las ovejas se “amorran“ formando una rueda escondiendo la  cabeza unas debajo de otras para evitar el sol.

Los pastores, cuando se “ajustaban”, tenían en cuenta varios factores. Contrataban, además del salario, la manutención, el alojamiento y, muy importante, la “escusa”, un determinado número de cabezas de ganado, propiedad del pastor, y que el propietario cubría todos sus gastos. Llegada la temporada de verano se subastaban las basuras de las ovejas, inmejorable abono natural. Solían pasar la noche en “cañizos” o majadas y no podía faltar el  “bardo”, un simple artilugio que protegía al pastor de las inclemencias del tiempo. A partir de los dos años algunos carneros se volvían “envidiosos” y a la menor oportunidad te “topaban”, dejándote  baldado si conseguían embestirte. Siempre buscan la mejor ocasión para atacar, con esos cuernos que tienen retorcidos, y si logran  tirarte al suelo, estás perdido. Cuando se quiere impedir que el macho cubra a la hembra se le pone un saco por la barriga, cogido con dos cuerdas atadas al lomo del carnero; con este sencillo ardiz, se evitaba que la oveja quedara preñada pues, cuando el carnero intentaba montarla, siempre se interponía el saco entre el macho y la hembra. El carnero que se mataba la noche de los Santos, para la “corrobla” de los jóvenes, ya era viejo. Tenía tres o cuatro años y su carne era tan dura que tardaba en cocerse horas. Despedía un olor intenso, que se pegaba a su sabor, y su grasa, tirando a un color amarillento,  indicaba que era un animal de años, así como sus huesos, más duros que las piedras. Es seguro que tenia vitaminas, proteínas, hierro y todo lo necesario para una vida saludable.

Por Terradillos pasaban los trenes, cargados de animales, hacia nuevos pastos. Los vagones de ovejas eran de tres pisos con capacidad para 100 a 120 reses. Los vagones destinados al ganado vacuno eran de solo un piso y tenían capacidad para transportar  de 12  a 14 animales. Casi todos estos vagones llevaban acoplada la garita del guardafrenos.

LAS CABRAS:

Las cabras son “primas” de las ovejas, pero más alegres y tan ágiles que son capaces de trepar por las paredes, subir a los árboles o hacer piruetas. Como otros animales, se llevaban al corral del Concejo o a otro lugar destinado para que el cabrero se hiciera de los animales para su posterior salida al campo, una vez reunido el rebaño. Las cabras se adaptan bien en terrenos pobres, como Terradillos, en los que otros animales no podrían sobrevivir. Son animales nobles e inteligentes, pero necesitan salir al campo, porque su estabulación es difícil.

La leche de cabra es más digestiva que la de vaca, los quesos son de mejor calidad y la carne del cabrito es más suave y gustosa que la de cordero. Es muy común ver estos animales apoyándose en las patas traseras, en posición vertical, para ramonear las hojas de los árboles. En verano, al mediodía, el cabrero acercaba las cabras a la majada de las Calvas para su ordeño y, cuando el sol atizaba lo suyo, acudían las mujeres con la cara tapada para no quemarse (cosas de la vida) y, tirando de la ubre de la cabra,  sacaban su leche.

Como de otros animales, el hombre saca su provecho. No olvidemos, por las calles, la escalera, la cabra, el trampolín y el organillo, espectáculo que ofrecían, por la voluntad,  aquellas familias de gitanos que acampaban  con sus carros a las afueras de los pueblos. Recuerdo que, cuando se quedo sin leche la Sra. Juana, tuvo que amamantar a su hija una cabra. Si la nena lloraba y la puerta de casa estaba cerrada, la cabra era capaz de subir al tejado y posicionarse cerca de  donde salían los gemidos. Suceso que causó gran admiración en el pueblo. También fue muy comentado el caso de Pepe, que vendió una buena cabra a Melchor por 1.000 pts. Cierran el trato, se dan la mano, ponen el billete verde sobre la pared, siguen hablando, miran y el billete había desaparecido. Discuten: “Yo lo he dejado” “Pues yo no lo he cogido”. Que si tú, que si yo, que si yo que si  tú. Al final Pepe dice: ¿No se lo habrá comido la cabra que ha estado por aquí? Acuerdan matar la cabra por si acaso podían recuperar el billete ¡! Sorpresa ¡! Allí estaba en el estómago, procuran recomponerlo, pero está tan “digerido” que no se pueden aprovechar. Se reparten la carne del animal, se vuelven a dar la mano y quedan como amigos. Las cabras comen casi de todo. Se las considera como destructoras de la vegetación, pero lo cierto es que, cuando andaban por el campo y los bosques, los dejaban limpios de maleza y había menos incendios que ahora o, al menos, se propagaban con mayor dificultad, siendo más fácil sofocarlos.

Los mastines que suelen acompañar a los rebaños son perros que defienden al ganado y ahuyentan a los depredadores. Los perros mastines llevaban en su cuello collares de cuero con pinchos de hierro, con los que se defendía del ataque de otros perros o de los lobos, es la mejor raza para acompañar a los rebaños. Los “careas” son más pequeños, más rápidos y más inteligentes. Desempeñan sus obligaciones a la perfección: obedecen las instrucciones del dueño, encarrilan el ganado y lo sacan de los sembrados, evitando que se malogren las cosechas. Basta un silbido o una voz para entender lo que quiere el pastor y siempre está lístos para cumplir sus deseos.

Con el fin de ahorrar algún dinero, se alimentaba a estos perros con “perruna”  especie de pan hecho con trigo, cebada o centeno molidos, sin refinar. También la piel de los perros tenía su valor. La curtían los pastores muy artesanalmente, sin aditivos, solo con sal y tapándola con tierra y después daban a este material gran cantidad de usos. Por los años 50,  el Servicio Provincial de Ganadería comunicaba a los Ayuntamientos la obligación de vacunar a los perros de la rabia, este servicio tenía un gasto que el propietario no estaba dispuesto a pagar, aquí saltaba la picaresca, unos decían que lo habían sacrificado, otros, que lo tenía su hermano en otro pueblo, otro que lo pilló el tren, cada uno alegaba lo mejor. A los pocos días llegaba otro informe con una multa de 50 pts por incumplimiento de lo dispuesto. Estas multas se pagaban en papel de pagos al Estado en la Oficinas del Servicio de Ganadería que estaban en la Avednida de Mirat de Salamanca.

“Ya se van los pastores a la Extremadura
ya se queda la sierra triste y oscura”

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